Una cifra redonda. Veinte años del mayor atentado que ha tenido lugar en España con 193 muertos y dos millares de heridos. Un tiempo en el que se ha acreditado que los atentados contra los trenes de cercanías en las proximidades de la estación de Atocha fueron realizados por una célula de Al Qaeda. Unos atentados que tuvieron mucho que ver en que el PSOE ganara las elecciones de tres días después porque el gobierno de José María Aznar realizó una gestión interesada de la información y volcó todo su interés en señalar que el atentado había sido obra de ETA, cuando la organización terrorista vasca lo desmintió desde el primer momento, y a lo largo de los siguientes días existían ya suficientes pruebas de quienes fueron los autores.
Veinte años, una cifra redonda que apenas ha servido para nada. Las víctimas que sobrevivieron y aquellas que perdieron a sus seres queridos y a las que se dirigen los homenajes habrán asistido con más pena a lo que ha ocurrido en el entorno de la conmemoración, que no es nada distinto de lo que ha pasado a lo largo de los veinte años precedentes, la división de las asociaciones de víctimas, la de los terroristas de ETA por un lado y la de los yihadistas por otro, los autores de la teoría de la conspiración ahondando en unas dudas de las que no han podido aportar en los últimos años un solo dato nuevo que la confirme, y con los herederos de los responsables políticos de aquellos años que se encontraban al mando de los aparatos del Estado sin mencionar al terrorismo yihadista, cuando no buscando excusas para exonerar su comportamiento. Ni una recriminación ni una petición de perdón ante la evidencia de que no fue ETA la autora de la matanza de Atocha y que les costó el gobierno.
El 11 de marzo fue la fecha elegida por las autoridades europeas para rendir homenaje a todas las víctimas del terrorismo, pero la Asociación de Víctimas del Terrorismo, la más numerosa, en la conmemoración de hoy no ha tenido un recuerdo para las de los atentados yihadistas. Esta palabra tampoco se ha escuchado en los discursos de la presidenta madrileña ni del alcalde de la ciudad que se han referido a un terrorismo sin apellidos, a la hora de alabar la actitud de los madrileños y de los servidores públicos ante unos atentados sin precedentes.
La FAES, la fundación que dirige el propio José María Aznar, presidente del Gobierno en el momento del 11-M ha insistido en que no tuvieron ningún dato cierto que permitiera desterrar la idea de que pudo ser ETA. ¿Mentira sobre mentira? "No es el día de atacar a quienes estaban en el gobierno", ha dicho la secretaria general del PP, Cuca Gamarra. Lleva razón, pero quizá mañana si fuera el momento en que los dirigentes actuales del partido conservador pidieran perdón. No parece que esa sea su intención si se tienen cuenta que su actual presidente, Alberto Núñez Feijóo, prefiere la fórmula de condenar "el terrorismo en todas sus formas". En efecto, veinte años después del mayor atentado terrorista en España, de que la verdad real y la judicial con sentencias de la Audiencia Nacional y del Supremo certificaran que los atentados fueron causados por el terrorismo yihadista, el PP y sus terminales de víctimas del terrorismo son incapaces de reconocer la evidencia.
De aquellos polvos vienen los lodos de que la crispación se haya convertido en una constante de la vida política nacional.