Aquellos días de angustia

Sergio Arribas
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Mientras la doctora Ana Carrero atendía, como especialista del Hospital General, a decenas de pacientes Covid-19, ingresaba su padre en el mismo centro hospitalario aquejado de misma enfermedad. Esta es su historia.

Aquellos días de angustia

Cada vez que la doctora Ana Carrero, de 41 años, madre de dos hijos, se metía en la cama, tras una agotadora jornada de trabajo, le sobrevenía el mismo pensamiento: «a ver si mañana abro los ojos y ésto es solo una pesadilla que ha terminado». Ana trabaja en el servicio de Medicina Interna del Hospital General, y es especialista, junto con el doctor Bachiller y la doctora Ferreira, en enfermedades infecciosas. No podía dormir por culpa del tsunami de emociones y pensamientos que le asaltaban. 

A la carga de trabajo, estrés y responsabilidad por la atención de pacientes Covid-19, que llegaban en oleadas al Hospital, con entre 50 y 60 ingresos diarios, se unía la tremenda angustia de saber que su padre, Pablo Carrero, de 71 años, microbiólogo ya jubilado, también estaba ingresado por culpa del coronavirus; y que su madre, también positivo en Covid-19, permanecía en casa, aislada, aunque con síntomas más leves de la enfermedad. 

Hoy, por fortuna, su padre, que padeció una neumonía, aunque sin grave déficit respiratorio, y estuvo cinco días ingresado, ya está muy recuperado, al igual que su esposa, mientras que la menor afluencia e ingresos de pacientes Covid-19 ha aliviado, ligeramente, el trabajo de la doctora, que hoy recuerda cómo «por las noticias que llegaban de Madrid, nos preparamos para atender a muchos pacientes, pero, desde luego, no pensábamos que con esta magnitud, porque ha sido algo salvaje».

Pablo Carrero, microbiólogo jubilado, padre de la doctora Ana Carrero.Pablo Carrero, microbiólogo jubilado, padre de la doctora Ana Carrero. - Foto: D,S,

Cuando se diagnóstico el primer positivo en Segovia, un caso importado, el de un estudiante italiano, el equipo planificó protocolos y recursos que se vieron desbordados de forma rápida. Desde aquel positivo hasta los días previos a la declaración del estado de alarma, el Hospital mantuvo su actividad normal, si bien «todo cambió en dos o tres días, no esperábamos esos 50 ó 60 ingresos diarios y la situación se desbocó (…) tuvimos que habilitar la cafetería, el gimnasio y el salón de actos».

En aquellos días, Ana recuerda que firmaba los tratamientos a los pacientes y no dejaba de llorar, con una sensación de «angustia, nerviosismo y tristeza»; con tareas tan duras como llamar por teléfono a los familias de los pacientes, en no pocos casos para informarles de su fallecimiento.

«Nos llegaba mucha información del Covid-19 y mi obsesión era saberlo todo y era imposible. Me angustiaba al verme un poco sobrepasada por no ser capaz de ayudar a los pacientes como me gustaría, aunque diera todo lo mejor de mí (…) acabas entrando en una fase de aceptación de la realidad, sin olvidar, y es honesto decirlo, el miedo a enfermar».

La doctora del Hospital General de Segovia, Ana Carrero.La doctora del Hospital General de Segovia, Ana Carrero. - Foto: D.S.

Fue en esos días, en el que la enfermedad alcanzó «el pico», cuando ingresó su padre Pablo. «Ya antes del 18 de marzo, tenía algo de fiebre. A los cinco o seis días, mi hija me auscultó y me detectó líquido en el pulmón, que tenía que ir al hospital a hacerme una radiografía. Me hicieron la prueba PCR, mandaron la muestra a Majadahonda y a los tres días llegó el resultado como positivo por coronavirus. Ya la placa evidenció una incipiente neumonía. No llegué a tener déficit respiratorio, pero estaba muy cansado».  

«Tuvimos suerte». Su hija recuerda que su padre, en los primeros siete días en los que su padre estuvo en el domicilio, tuvo una buena evolución, aunque, como ocurre con la mayoría de pacientes Covid-19 con factores de riesgo, empeoró al séptimo día. «Lo exploré en casa y sabía que tenía que ingresar. Intuía que tenía una neumonía bilateral. Yo no podía tener días de permiso, mi madre también estaba enferma…. Fue una situación muy complicada, aunque hemos tenido suerte», comenta.

Apenas pudo ver a su padre cuando estuvo ingresado dos veces en los cinco días. «Siempre me decía lo mismo para tranquilizarme. Igual que los familiares de los pacientes que atendía confiaban en mí, yo también confiaba en los compañeros que atendían a mi padre, que estaban haciendo, como yo, lo mejor que sabían». Fue una semana en la que la doctora Carrero se llegó a sentir, según confiesa, «un poco sobrepasada», teniendo en cuenta, además que tenía que compatibilizar sus turnos de trabajo con su marido, cardiólogo en un hospital en Valladolid, a donde acude cada día desde Segovia.

«Menos mal que, por ejemplo, una de mis amigas, médico en Urgencias en el Hospital, visitó a mi madre todos los días en su domicilio y eso, a pesar de que ella misma también tenía a sus padres hospitalizados. La ayuda, la buena suerte...son situaciones límite, que te llevan al extremo», explica Ana, a quien también le «tocaba el corazón» cuando llamaba a los familiares de sus pacientes y ellos le mandaban mensajes de agradecimiento y ánimo para que continuara su labor para salvar vidas.

Pablo, por su parte, ha pasado ya la cuarentena y «ya me encuentro muy bien, aunque es cierto que cuando salí del Hospital, los dos primeros días fueron horribles de cansancio, que, por suerte, desapareció el Domingo de Ramos». «Sé —dice—que muchos médicos lo están pasando muy mal psicológicamente, muchos se van a casa llorando. Yo he tenido suerte, no se si gracias a Dios, al azar o al universo. Quizá esté feo decirlo, pero todo el mundo me dice que mi hija tiene un comportamiento ejemplar. Estoy orgulloso de ella y de todos los que, como ella, se están dejando la piel y hasta la vida por salvarnos».