Una de dos: o Europa no aprendió las lecciones de la Historia, o, si las aprendió, se le han ido olvidando. Y bien caras que le costaron, como para olvidarlas. ¿Qué suponen los partidos de la derecha tradicional europea que puede salir de su coyunda con un partido de inspiración fascista, el de la Meloni con la que andan tonteando? ¿Qué destino creen que le aguardaría a la propia Europa en manos de quien niega de raíz todo lo que representa, la libertad, la tolerancia, la democracia, la solidaridad, la justicia social, el progreso?
Con la amenaza de la Rusia de Putin al Este, la de la Israel de Netanyahu al Sur y la más que probable de la América de Trump al Oeste, el sueño de una Europa a salvo de la barbarie que ese vecindario representa se tornaría más inalcanzable que nunca si la brutalidad de la ultraderecha sienta sus reales en los órganos de gobierno de la Unión Europea, en la Comisión, en el Consejo, en el Parlamento. Como si con el quiste de la Hungría de Orbán, el enemigo en casa, no se tuviera suficiente, ni con el neofascismo rampante en Francia, en España o en Alemania, la derecha clásica, la de origen democristiano, le tira los tejos a Giorgia Meloni, fan de Mussolini desde que era pequeña, para asegurarse con su concurso la victoria, cuando, en realidad, lo que se aseguraría es su fagocitación por la ultraderecha.
Europa, o, mejor dicho, la derecha europea con esa Ursula von der Leyen a la cabeza, no aprendió de la Historia la lección de que la democracia no debe promocionar a quienes la odian y pretenden destruirla, o si la aprendió, la ha olvidado. Meloni, sin esforzarse mucho en hacerse la buena (ahí están sus intervenciones en los aquelarres de Vox), ha cautivado, al parecer, a Ursula, pero, sobre todo, a Feijóo, y ni éste ni aquella han tenido empacho en reconocerlo en la actual campaña. ¿Suponen que por ser de derechas no son europeos también? ¿Y qué creen que hará con Europa la ultraderecha a poco que se le deje?