Aseguran -no tengo más detalles: la opacidad y la prohibición de revelar lo tratado en los Consejos impiden ir mucho más allá- que la noticia de que el juez Juan Carlos Peinado ha imputado a Begoña Gómez, la mujer del presidente, por presunto tráfico de influencias, cayó como una auténtica bomba sobre la reunión del Consejo de Ministros. Lógico. Ya se sabe que no todo es armonía en los encuentros de los miembros del Gobierno, con los coaligados cada día más aprensivos ante la velocidad con la que el PSOE está arrebatando clientela (y votos, claro) a los aliados de Sumar. Así que la irrupción de una noticia que me parece que la Moncloa quizá no esperaba (tan pronto, al menos), como es la llamada a declarar a Begoña Gómez, es un dato más a añadir a los muchos que pesan sobre el voto del electorado, parece que nunca más indeciso que ahora. Ya sabemos que eso, la indecisión, facilita la baja participación. Y eso ¿a quién beneficia?
Los bomberos monclovitas trataron, tratan, de apagar las llamas de una decisión judicial que quizá estaba cantada, pero no por ello menos inédita: ahí es nada, la mujer del presidente del Ejecutivo declarando en un juzgado -ocurrirá el próximo 5 de julio- por presunta corrupción, mientras algunos medios aportan cada día su granito de arena al relato de las, insisto, presuntas, maniobras de la señora Gómez, que, entre sus desdichas, cuenta la de no resultar especialmente simpática a la opinión pública, cosa fácilmente constatable, por lo demás. Apelar nuevamente al "fango" vertido por la derecha y la ultraderecha, sin siquiera citar el nombre de la señora Gómez, como hizo la ministra portavoz Pilar Alegría al ser preguntada por el tema este martes, al final del Consejo de Ministros, es una posición que no podrá prolongarse mucho más, sospecho. Menudo papelón le ha tocado desempeñar a la señora Alegría...
Con la llamada del juez a la señora Gómez, sorprendentemente anunciada a cinco días de la convocatoria electoral, se intensifica no poco el clima tenso que precede a unas elecciones, las europeas, que están siendo casi todo menos europeas y a las que la oposición quiere convertir en una especie de plebiscito contra Pedro Sánchez, mientras Sánchez quiere presentarlas como un refrendo a su persona y a su política frente a la 'ultraderecha', en la que incluye sistemáticamente al PP.
No hay tregua ni cuartel. A Feijóo incluso le inventan 'semi bulos' -ay, su manía de navegar entre dos aguas peligrosas en sus declaraciones, sobre todo en las rectas finales de las campañas electorales--, relacionados ahora con la presentación de una presunta moción de censura contra el Gobierno socialista, apoyándose para ello... ¡en Junts de Puigdemont!--. Temo que desde el PP no se haya sabido reaccionar con la suficiente contundencia ante la falsía: no, no habrá moción de censura. No, al menos, apoyándose en Junts. Pero un poco de confusión siempre queda ahí, para lo que valga antes de la concurrencia a las urnas. Demasiadas maniobras orquestales en la oscuridad... Ya dijo un día el expresidente Zapatero que un poco de tensión siempre resulta conveniente en momentos como este. Sobre todo, conviene a quien siembra la confusión, que en este caso es casi todo el mundo. Menos los perplejos electores, por supuesto.
Pero tengo para mí que, pocas horas después de conocer los resultados de las elecciones del domingo, unas elecciones que son lo que son por mucho que se quieran sobredimensionar por unos y por otros, ya estaremos en otra cosa: el lío máximo de las alianzas ante la investidura catalana. O los preparativos para la declaración judicial de la señora Gómez -repito: algo más que lo del 'fango' tendrá que decir el Gobierno al respecto, digo yo--. O los pasos a dar por Pedro Sánchez sobre todos los temas que pesan sobre la continuidad -o no- de la Legislatura, porque los rumores sobre adelantamiento posible de disolución de las Cámaras siguen corriendo como liebres alocadas y sin rumbo.
Así, con la reciente aprobación de ley de amnistía aún coleando en los titulares, y con esos titulares, que cada día nos narran cosas más inéditas, estamos: como alocados y sin rumbo. ¿Quién nos va a decir, con la suficiente autoridad moral, que sí, que hay que votar de manera sosegada y racional? ¿Quién? Porque, ¿qué es lo sosegado, qué es lo racional?