Decía San Agustín que «casarse está bien y no casarse está mejor». Sin embargo, aunque parezca lo contrario con los tiempos que corren, no siempre existe la opción de quedarse sin contraer nupcias, y si no que se lo digan al presidente, Pedro Sánchez, que no tuvo más remedio que conformar un Ejecutivo de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos si quería gobernar con un mínimo de holgura. Un espacio que cada vez se ha ido encogiendo más, al calor de las tensiones que siempre han existido en esta alianza, y que desde la salida de Pablo Iglesias de la formación morada se han acentuado hasta hacerse muy complicados.
Ejemplo de esos choques y de esa crisis matrimonial es lo vivido en el plano político nacional en las últimas semanas, con profundas diferencias entre ambas formaciones en cuestiones de calado como el plan económico para afrontar el impacto de la guerra de Ucrania, la crisis energética o el giro español en el conflicto del Sáhara. «Divergencias típicas entre partidos con proyectos distintos», insisten en defender sus protagonistas. Necesidad, proclama la oposición, que los acusa de estar rehenes uno del otro, condenados a aguantarse para evitar romper la legislatura y que tengan que adelantarse unas elecciones que no convienen ni a una ni a otro, sobre todo a Podemos.
Si rompieran su alianza ahora, con el malestar creciente en la calle ante una situación económica compleja que golpea de lleno en las clases medias, hay muchas papelestas para que el PP, en unidad a otros grupos como Vox, pudiera tomar la alternativa. Ya lo reflejó el último CIS, en el que socialistas, populares y derechistas se disparan mientras los morados de hunden. Y eso que el sondeo de José Félix Tezanos aún no mostraba los efectos en la intención de voto que tendrá el cambio de liderazgo en el PP, en favor de una Alberto Núñez Feijóo muy bien valorado.
Tampoco recogió este último CIS el volantazo de Sánchez en el Sáhara, apoyando el plan de autonomía de Rabat, muy criticado por la oposición, los socios de Gobierno e incluso las fuerzas del llamado bloque de investidura, que llegaron a advertir al PSOE que tomar decisiones «unilaterales e incomprensibles» de este tipo en cuestiones clave podrían comprometer la mayoría del ala progresista.
La respuesta de Podemos, no obstante, fue tibia, algo lógico si se tiene en cuenta que los morados están decididos a mantener el Ejecutivo a flote aún a costa de la propia estabilidad de la formación confederal, que también se encunetra bastante amenazada.
El partido que ahora lidera Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, bajo la atenta mirada de la titular de Igualdad, Irene Montero, consiguió coser la brecha que se abrió dentro de la organización y en el seno del Ejecutivo a raíz del envío de armas a Ucrania, que la vicepresidenta segunda, Yolanda Dïaz, apoyó en contra del criterio de Podemos. El Sáhara pone ahora en jaque ese remiendo, con una formacióm morada que insiste en convencer al PSOE para que cambie de postura.
Esta pasada semana, fueron varias las voces en Podemos que reconocieron que no todos ven con buenos ojos que la dirección de Belarra no se haya plantado ante los socialistas y continúe en el Gabinete dándole la espalda a sus principios esenciales. Incluso no descartan que, de seguir así, algunos sigan los pasos de Meri Pita, la diputada canaria que hace unos días abandonó las filas moradas para integrarse en el Grupo Mixto tras criticar duramente la deriva del partido en los últimos tiempos.
Además, la marcha de Pita llega después de que el también canario Alberto Rodríguez tuviese que dejar su escaño al ser condenado e inhabilitado por el Tribunal Supremo, lo que sitúa al grupo parlamentario en los 33 diputados, con el peligro que esto supone en el escenario actual de mayorias parlamentarias tan ajustadas.
Una «Pieza clave»
Pese a las consecuencias que pueda tener para Podemos seguir en la coalición de Gobierno, el partido parece tener claro que no va romper con el PSOE. La justificación para no sucumbir al fantasma del divorcio: que son «una pieza clave y la única garantía» para que el Ejecutivo siga haciendo políticas progresistas.
Tras acusar a Pita de transfuga, los morados defendieron que salían reforzados al conseguir, dentro de una intensa negociación con los socialistas, dejar su impronta en diversas medidas del plan de respuesta a la crisis causada por la guerra y aprobado esta semana en el Congreso. De ellas destacaron la prohibición de los despidos objetovos en las empresas que reciben ayudas públicas y la limitación de los precios del alquiler.
Estos son los dos aspectos, siempre según la versión de Podemos, que más costó consensuar con el PSOE, aunque también destacaron su sello en otras materias de carácter social como la ampliación del bono eléctrico para los hogares más desfavorevidos y la mejora del Ingreso Mínimo Vital (IMV).
Así se zanjó una de las últimas crisis matrimoniales en el Gobierno de coalición: con una disertación sobre los respectivos lógros para el país de uno y otro partido. Un discurso que recuerda mucho al de esos matrimonios, desgastados aunque condenados a entenderse si no quieren romper sus respectivos equlibrios individuales.