Si de lo que se trata es de preparar un día importante sin distracciones, Pablo Atienza tiene la fórmula. A diez kilómetros del pueblo más cercano se sitúa la Finca Serranillo, el refugio de Atienza en Corral de Ayllón antes del que probablemente sea el día más importante de su vida. Cuando se asoma por la ventana de su habitación ve campo y, en el horizonte, más campo. Acompañado por su novia y su suegra no pide más. Es feliz. Y más si piensa que en solo unos días cumplirá el sueño de su vida. Se muestra responsabilizado pero también tranquilo, al menos aparentemente, y solo cuenta las horas para que lleguen las seis de la tarde del 31 de agosto.
Ese día y a esa hora tomará la alertanativa como matador de toros. Será en la localidad soriana de Almazán en una corrida en la que compartirá cartel con Diego Urdiales y Paco Ureña y en la que lidiarán toros de la ganadería Domínguez Camacho. Un momento único que llega con cuatro años de retraso pero para el que estaba destinado desde que nació. Pablo Atienza es el último representante de una dinastía taurina. La que fundó su tatarabuelo, Pepe Atienza, y que ha dado cerca de una veintena de picadores con el apellido Atienza; entre ellos, Álvaro, el primo de Pablo, que picará en su alternativa.
No todos querían, sin embargo, que Pablo recogiera este legado. «Mi padre conocía la dificultad de este mundo, me lo intentó quitar de la cabeza y le tuve que engañar diciéndole que llevaba un tiempo entrenando solo para que me dejara aprender la técnica y conocer algo más», cuenta el propio Pablo. Esa resistencia le convirtió en un discípulo tardío, pero tampoco en su caso se podían poner puertas al campo. El toreo lo llevaba en la sangre: «A los dos meses de entrar en la escuela ya me dejaron matar un becerro en Carbonero el Mayor».
La espera del gran día de Pablo AtienzaSu progresión hasta tomar la alternativa siempre fue contra natura. Su viaje fue el inverso al que realizan la mayoría de los toreros. «Se trata de torear por fuera y luego ir a Madrid cuando ya estás muy cuajado, y para mí fue al revés. Fui a Madrid a buscar torear por fuera para poder rodar», cuenta sobre un periplo en el que ha tenido que sortear un buen número de obstáculos. Se marchó a México para empezar la etapa de novillero con picadores pero, al regresar, no encontraba oportunidades. «Fue duro pero bonito. Estuve un año sin torear nada, pero me fui al campo a Salamanca porque tenía amigos matadores de toros e hice amistad con muchos ganaderos. En Salamanca estuve en el campo prácticamente mañana, tarde y noche y eso me forjó mucho. Me hice a la profesión, a estar en contacto con el toro y a prepararme muchísimo».
La misma disciplina espartana la mantiene cuando acaba de cumplir 32 años. Vive por y para su profesión, que en su caso va más allá de entrenar para salir a la plaza. También es ganadero y tiene su propio hierro de ganado bravo –se llama Flor de la Canela– fruto de otro de esos guiños que depara el destino. Entre tendidos y ruedos conoció a Vanesa Santos, hija de la torera Purita Linares y dueñas de la Finca Serranillo, que ya tenía su propia plaza de toros. Tras reformar lo que era un bar para convertirlo en vivienda, se fueron a vivir allí y compraron el ganado bravo cuyo cuidado ocupa hoy buena parte de su tiempo.
«Levantarme aquí cada mañana para mí es un privilegio. Las sensaciones son muy bonitas y, si te apasiona este mundo, no hay un lugar mejor donde puedas estar. Segovia está al lado, también nos gusta ir a Madrid a pasar un rato con los amigos y el invierno aquí es frío y duro, pero para mí un día que tiento aquí en casa es un día de felicidad plena. Esta es una profesión que te penetra tanto que a mí por lo menos todo lo demás me parece aburrido. Soy una persona tranquila y me gusta estar aquí», reflexiona, aunque reconoce que también hay altibajos: «Aquí vivimos tres personas y entre las tres nos apañamos. Y yo si tengo que reír, río; si tengo que llorar, lloro; y si tengo que vacilar, vacilo. Pero los toreros somos personas que nos gusta mucho estar en el entorno del toro».
La espera del gran día de Pablo AtienzaPablo muestra a El Día de Segovia y La 8 Segovia la finca y posa después para las fotos en la plaza de toros. Ensaya la suerte suprema con una carretilla con una cabeza de toro simulada y unas pacas de paja y repite los mismos gestos y movimientos varias veces. Como el tenista con el drive y con el revés, trata de mecanizar la entrada a matar a base de repeticiones. «Luego en la corrida no es igual», se ríe. Su preparación es como la de un atleta. Ejercita el físico, la mente y la técnica. «La exigencia es muy alta y tienes que estar muy preparado física, mentalmente y casi todo el día tienes que estar en contacto con los animales. Físicamente hay que hacer ejercicios que luego te puedan aportar al salir a la plaza, como correr, hay que estar despierto de mente y es fundamental torear de salón. Para mí es el entrenamiento básico para ver tus posibles defectos, tu colocación... Y ya el siguiente paso, que también es muy importante, es torear vacas y torear también en el campo novillos y toros, que es lo más cercano a la plaza».
PANDEMIA. El proceso ayuda a alcanzar el triunfo, pero no lo asegura. Pablo conoce la cara y la cruz. Tras regresar de México y después de meses nadando en el desierto, ganó en Madrid el certamen de novilladas nocturnas con picadores. Un triunfo que le abrió de par en par las puertas de otras ferias. Sin embargo, la pandemia detuvo su evolución. «Traía muy buen ambiente después de torear en San Isidro y en las ferias y me frenó en seco», cuenta. Quería hacer ese año las cinco novilladas picadas que me faltaban para poder tomar la alternativa y la pandemia no hizo que parase de torear, porque toreé una novillada a puerta cerrada, pero perdí muchísimo ambiente. Y luego a la empresa le cuesta ponerte en Madrid porque somos muchísimos novilleros y a todos lo que nos da que la temporada vaya bien es Madrid y yo ya había toreado cuatro tardes. La pandemia me hizo daño y retrasó un poco todo, pero el toro no entiende de los años que hayas estado de novillero y los que no y todo llega».
Criado en el barrio de Nueva Segovia con raíces familiares en Sangarcía y Cantimpalos, se siente un privilegiado. «Al principio el sueño de mi vida era vestirme de luces y lo cumplí, luego torear en Madrid y también, y ahora voy a ser matador de toros. En esta profesión empezamos muchos y el toro hace una criba muy grande y muy poca gente llega, sobre todo hoy en día, que tienes que hacer un mínimo de 25 novilladas picadas y es muy complicado. Me siento un privilegiado del camino que llevo de luchar y de poder doctorarme el día 31», destaca cuando sobrevuela la conversación el nombre de Víctor Barrio, el último gran torero segoviano. «Era un fenómeno. Hizo muchísimo por Segovia y dejó una frase muy bonita. Decía que la tauromaquia no había que defenderla sino enseñarla, y él lo hizo hasta el último día. Era un ejemplo para todos y un buen amigo al que se le echa mucho de menos», remarca Pablo. Ahora ha llegado su turno.