Parecería que andamos, últimamente, más enfadados de lo normal. Aguantamos poco y saltamos a la mínima. Las sensibilidades están a flor de piel. Descargamos con el primero o la primera que se nos cruza. Mal, muy mal. Ser amable no hace daño. Te equivocas si crees que vas a conseguir algo por mostrarte amargado, después de cualquier adversidad, o simplemente porque no te sientes a tope. Al contrario: te darán la espalda. Todo optimismo es poco. La gente no quiere perderse las pequeñas alegrías de cada día y hace bien. No hay nada que no pueda decirse con una sonrisa, con talante positivo y hasta con cierto sentido del humor. Alargar la mano y ser atentos con todo el mundo es pan comido. Cuestión de proponérselo. Ser el primero, o la primera en sonreír, despeja el camino y te coloca en situación de ventaja. Lo fácil es enfadarse y alborotarse pero, lo que verdaderamente da holgura y abre puertas, es ser compasivo. Ver las cosas, también, desde el punto de vista del otro. Si buscamos el «pedigrí» de cualquiera de nosotros, nos encontraremos con que ninguno somos «puros». Con el paso de los siglos todo se ha mezclado, hasta el punto de que nos sorprenderíamos al descubrir cual es nuestro origen, de donde venimos. Algo que me lleva a hacer una reflexión: está de más juzgar o rechazar a nadie, vega de donde venga, porque todos pertenecemos a la misma familia y estamos más relacionados de lo que creemos. No hay tanta diferencia entre unos y otros. La diferencia es muy pequeña, cuando nos quitamos el barniz. Aceptar otras culturas con naturalidad, es una muestra de sabiduría. ¿Quién dijo qué nuestra clase social, el nivel de vida que hemos alcanzado, cualquier ventaja con la que contemos, nos hace mejores que los otros? Somos todos parte de una misma comunidad: la humana. Hasta que no entendamos que es mejor incluir que excluir, caminaremos por extraviadas sendas. Podemos vestir ropas distintas, hablar idiomas diferentes, tener diversas costumbres, pero todos nos enamoramos, deseamos compañía y complicidad para apoyarnos y sostenernos y alguien a quien abrazar, al igual que tener una familia, ser felices, vivir mucho tiempo. El corazón del hombre es el mismo. La gente que triunfa en la vida, la que disfruta, es invariablemente acogedora. Son mujeres y hombres que se preocupan más por lo que les pasa a los de su alrededor, por lo que sienten, por lo que precisan, que por sus propias cosas. Promueven la amabilidad, piensan en positivo, actúan con generosidad, irradian confianza. No van por la vida con el rostro avinagrado. practican la gratitud y no desperdician nada, porque viven con sencillez. Cuenta Richard Templar la experiencia de alguien que se fue a vivir a un país cuyo idioma apenas balbuceaba. Cuando le preguntaban cómo se encontraba, sólo era capaz de decir: «feliz», porque era la única palabra que había aprendido. Y, de tanto repetirla, un día se dió cuenta de que cuando lo decía, lo sentía.