A medida que pasan los años nos enfrentamos a un dilema existencial: ser cada vez más duros con los errores de terceros o apostar por ser más comprensivos (hacia los defectos ajenos). Sutilmente eludo los fallos propios porque en la inmensa mayoría de los casos no hay debate ya que tendemos a aceptarlos con cariño. A ciertos personajes los lleva a negarse a sí mismos la comisión de ciertos actos.
La bibliografía es extensa sobre lo mal que va el planeta. No voy a adentrarme en una polémica estéril. Es muchísimo más relevante preguntarnos por qué demasiada gente repudia los sistemas políticos que les garantizan sus derechos y otorgan un razonable margen de libertad. Es obvio que los que viven en regímenes donde dicha libertad no existe, el malestar no es conocido; aunque reconozco que es fascinante la atracción que provoca en sujetos del mundo libre ciertas culturas donde su existencia sería eliminada con rapidez.
Al final te abruman los múltiples ensayos que explican las causas de nuestra deriva, ya que nadie duda que el derrape estructural existe. Otra cosa es que no nos pongamos de acuerdo en las causas o, lo más importante, en el resultado que define dicho declive.
No espere que vaya a aportar ninguna luz al respecto porque es irrelevante y por supuesto subjetiva. Las décadas me han confirmado desde muy pequeño que nadie es infalible y por supuesto perfecto. No existe el líder nacional, el salvador político o el guerrero perfecto que sea capaz de aunar en su ser a un colectivo; nadie.
Esta frase es suficiente para desterrar cualquier modelo o propuesta política que argumente que alguien posee dicha capacidad, poder o talento. Si algún sujeto, ente o colectivo propone entronizar a un personaje con dichas cualidades sepa por seguro que miente. Ahora diríamos que falta a la verdad, cuando en el fondo posee alguna psicopatía y los que le defienden lo hacen por causas espurias.
Piense por un momento en todos los sujetos históricos que aborrece y comprobará que tenían en común un poder absoluto, donde la crítica al líder estaba vetada. Ahora piense en aquellos que admira y observará que la oposición a su figura provocaba el mismo resultado. Las sociedades abiertas permiten individuos libres, que deciden qué quieren hacer con sus vidas. En las cerradas, un individuo impone su cosmovisión, amenaza al disidente y elimina al opositor. Los cobardes se callan ante el ataque.