Carlos Pollán (Vox), a la sazón presidente de las Cortes de Castilla y León, ha dicho, como quien revela un secreto místico, que no cree en las autonomías, que es tanto como afirmar que no cree en el cargo que ocupa, que equivale a decir que no cree en sí mismo. Y lo ha soltado en el principal discurso institucional que tiene que realizar anualmente, en la conmemoración de la aprobación del Estatuto de Autonomía de Castilla y León, norma que, 42 años después, le permite a él ostentar el puesto que ostenta y cobrar un sueldo más que aceptable, unos cien mil euros cada doce meses. El señor Pollán tiene todo el derecho a creer o no creer en las autonomías y a pelear o no por su disolución y volver al centralismo absoluto, pero para ello debería predicar con el ejemplo, dar una lección inolvidable de coherencia personal y política, o sea, presentar su dimisión e irse a su casita. Entonces sí que nos comprenderíamos lo que soltó el pasado viernes en la sede del legislativo. Si usted, don Carlos, no cree en las autonomías, ¿con que ganas, trabajo y metas aborda su cargo?, ¿haría ídem del lienzo en una empresa privada en la que ocupara un puesto directivo bien remunerado? Si no creía en las autonomías, y, por tanto en esta de Castilla y León, ¿por qué se presentó a las elecciones y, claro, por que aceptó el nombramiento? Casi tres años después de ser elegido y de presidir el legislativo se da usted cuenta de que ni cree en lo que está haciendo ni cree en el sistema político que se lo permite. Todo muy raro. Todo muy difícil de entender. O no; quizás sea mucho más sencillo de lo que parece. El jefe nacional de Vox ha tocado la corneta y, hala, todos a la carga, a minar la democracia poniendo en solfa instituciones, organismos y lo que haga falta, incluso la propia Constitución Española que legitima las autonomías. A imitar a Trump hasta en los más pequeños detalles. A ese Trump que es el ídolo de Abascal hasta el punto de poner a don Santiago más cerca de Putin que de Europa. En estas circunstancias, no extrañan las frases de Pollán. Importa más Abascal que Castilla y León, aunque se cobre, y bien, de esa autonomía en la que uno dice no creer. ¡Alta política, vive Dios!