La misma semana en la que los tribunales han exculpado a un dirigente político por delitos de los que se le acusó hace dieciséis años, hemos sabido que los tribunales están investigando a la esposa del presidente del gobierno por posibles delitos mucho más recientes. Como en esas añoradas tortillas que se hacían antes, cuajadas y sólidas, a las que se daba la vuelta en la sartén. Ésta tortilla española de la corrupción en la que siempre se usa el ingrediente del y tú más, se ha dado la vuelta ya varias veces en nuestra democracia: cuando gobernaban unos hace muchos años, cuando luego gobernaron los otros, y ahora que gobiernan los de más allá, los casos sospechosos han aflorado al abrigo del poder, porque las corruptelas tienen la eterna costumbre de producirse en los aledaños de los gobiernos y no de la oposición. Por eso hubo casos investigados (como mínimo) en el PSOE de Felipe, en el PP de Aznar, y ahora en el nuevo PSOE de Sánchez. Por eso los hubo en el socialismo andaluz, treinta años en el poder, en los conservadores madrileños o valencianos, o en los nacionalistas catalanes y vascos. Donde hay presupuesto que repartir surge el gen latino de nuestra sociedad, en el peor sentido, y es entonces cuando echamos de menos el gen nórdico mucho más respetuoso con lo que es de todos.
Cíclicamente los que más han denunciado son los que luego tienen más que callar. En la época de la oposición aznarista se condenaba con firmeza, y con un ¡váyase! Diario lanzado en cada discurso, el escaparate de corrupciones en el que cayó el gobierno felipista. Pero luego toda aquella limpieza de rincones y alfombras se olvidó e irrumpieron durante la siguiente etapa los casos más sonados de los últimos años, los que han ocupado más minutos de televisión, pese a no ser los más graves cuantitativamente. Durante el marianismo, la oposición logró hacer presa fácil con los rescoldos de aquella orgía de los yonkis del dinero, y el actual inquilino de La Moncloa cabalgó a lomos de la limpieza y la pureza para ser el primero en desalojar sin elecciones al presidente anterior. Y sin ser siquiera diputado. Lo que está ocurriendo ahora vuelve a confirmar nuestra vieja historia de tortillas que se dan la vuelta: al paladín de la lucha anticorrupción le han salido un par de escándalos aún en fase de investigación, uno de ellos muy cerca de su despacho, que van a complicarle mucho el mandato, como les ocurrió a sus antecesores. Y sus adversarios, que aprendieron bien la lección que él mismo dio exigiendo la más limpia virginidad a todos los demás, afilan sus garras como es costumbre en todos los períodos históricos. La diferencia es que esta vez la oficialidad no balbucea torpemente explicaciones en diferido ni acusando a los suyos que han salido rana. Ahora se convierte en fango a todo aquello que ose cuestionar al que gobierna, sea juez, sindicato o sitio web.