Pues no, no me creo que los Mossos, la policía nacional y el CNI no tuvieran información sobre cómo y cuándo Carles Puigdemont entró en España, se presentó ante las puertas del Parlamento y volvió a desaparecer como si del mago Houdini se tratara.
Si así fuera, la profesionalidad de estos tres cuerpos de seguridad quedaría en entredicho. De manera que, más bien, me inclino a pensar que Pedro Sánchez y su Gobierno han permitido, no sé si por activa o por pasiva, la aparición estelar de Puigdemont, seguramente pensando que detenerle ante las puertas del Parlamento podía desembocar en un problema de orden público.
Además está por explicar ese no desmentido viaje a Bélgica, del secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, para reunirse con Puigdemont en los días previos a su llegada.
De manera que me voy a permitir escribir que tanto Pedro Sánchez como Carles Puigdemont son los máximos exponentes de la política del esperpento.
Eso sí, si me apuran es más peligroso Sánchez que Puigdemont ya que este último ha conseguido que nadie se le tome en serio y así sus adversarios íntimos, los líderes de Esquerra, vuelven a hacerse con el santo y seña del gobierno de Cataluña.
¡Ay los de Esquerra!. También me voy a permitir escribir que son poco de fiar, porque si echamos un vistazo al pasado, fueron ellos quienes azuzaron a Carles Puigdemont para que proclamara la "república catalana". Momento aquel de octubre del 2017 en que el entonces presidente de la Generalitat dudaba y parecía dispuesto a convocar elecciones en vez de saltarse la legalidad. Pero, todo hay que recordarlo, el diputado Rufián lanzó un tuit acusándolo de venderse por treinta monedas y eso provocó que Carles Puigdemont tomara la peor de las decisiones: proclamar una república para terminar huyendo. Así asistimos a ver a Junqueras en la cárcel y a Puigdemont en Waterloo.
Ahora hemos vuelto a asistir a otro numerito en el que los de Esquerra quieren aparentar que son gente seria y Puigdemont algo así como un payaso que aparece y desaparece como por arte de magia.
Y mientras tanto en la tribuna del Parlamento catalán Salvador Illa, con aspecto de no haber roto un plato en su vida aunque tenga en su haber una pésima y reprobable gestión como ministro de Sanidad, se permitía, muy ufano él, reclamar la aplicación de la ley de amnistía "sin subterfugios". Y para no quedarse corto incluso dijo que él y su grupo van a restablecer íntegramente los derechos políticos de todos los ciudadanos de Cataluña. Y se quedó tan ancho.
Hombre, los derechos políticos de los ciudadanos de Cataluña fueron pisoteados, en el 2017, por el gobierno de Esquerra y Junts que presidía Carles Puigdemont. De ahí que el PSOE de entonces, con el voto de Pedro Sánchez, votara la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Pero ya puestos a reclamar que se cumplan las leyes el señor Illa podría pedirle a su compañero Pedro Sánchez que deje de saltarse a la torera la Constitución para poder contar con los votos de Junt y de Esquerra. Y que la ley de amnistía aprobada es fruto exclusivamente del peaje a pagar por Sánchez para ser presidente. Como lo es el "concierto" económico con Cataluña rompiendo la Caja Común, para convertir al mismísimo Illa en presidente de la Generalitat. De manera que ni Sánchez ni Illa están en condiciones de dar lecciones de ética política. E insisto, no creo que sea exagerado señalar que nuestro Presidente viene vaciando la Constitución y rompiendo a las bravas el pacto constitucional que nos ha permitido vivir razonablemente los últimos cuarenta años. Es el precio que paga gustoso por seguir en la Moncloa.
Y así hemos llegado a este último acto del teatro del esperpento en el que Carles Puigdemont durante unas horas es protagonista en los telediarios. ¿Y Sánchez? Pues de vacaciones. ¿Dónde si no?