Pedro Sánchez, y sobre todo María Jesús Montero, nueva presidenta ya de los socialistas andaluces, se pasaron de frenada en el acto de clausura del congreso regional del PSOE en Armilla. Necesitan, ambos, mucho más que palabras entusiastas sobre su triunfo seguro en próximas elecciones.
El presidente de gobierno dedicó su intervención -se esperaba- a presentar al PP como aliado de la ultraderecha mientras Montero, más consciente de que era el congreso del partido andaluz, se centró en su adversario Moreno Bonilla.
Montero desplegó una visión de futuro muy optimista basada en el compromiso de su partido con los andaluces, pero fundamentalmente en el mal gobierno de Juanma Moreno. Tuvo la osadía de mencionar la corrupción del PP, con sus "contratos irregulares, desviaciones de fondos públicos o concesiones a empresas de familiares de quienes están al frente de todo". Debe creer Montero que los andaluces no conocen la actualidad, los problemas judiciales de personas del círculo familiar y político del propio presidente, o cómo maneja los indultos, la amnistía, y el Tribunal Constitucional, para favorecer a ese círculo… y a los responsables de los ERES.
El esfuerzo por transmitir esperanza era obligado. De la misma manera que en un combate de boxeo el contendiente tumbado en el suelo sin fuerza para levantarse, la ceja rota y la cara ensangrentada, sigue balbuceando que va a ganar, tanto Sánchez como Montero tenían que decir con su voz más firme que el PSOE regresará a San Telmo tras las próximas elecciones. Y tenían que decir que Juanma Moreno no estaba resolviendo los problemas más urgentes de los andaluces.
Efectivamente quedan asuntos por resolver, pero el avance de Andalucía desde el primer día que Juana Moreno inició su gobierno en coalición con Ciudadanos y apoyo externo de Vox hace seis años, el cambio fue tan perceptible que en la siguiente convocatorio ganó por mayoría absoluta. Había demostrado más eficacia de gestión que los cuarenta años de gobierno del PSOE.
Por otra parte, es incuestionable que en el declive del PSOE andaluz tiene mucho que ver el rechazo hacia Pedro Sánchez, su forma de gobernar, los ya mencionados casos de corrupción y las concesiones -inaceptables para infinidad de españoles- a sus socios de gobierno, fundamentalmente los independentistas catalanes y Bildu.
El congreso se celebraba dos días después de que Zapatero se reuniera con Puigdemont para acordar una nueva cesión a los independentistas en asuntos de financiación, a cambio de que Junts renuncie a exigir a Sánchez que presente una cuestión de confianza.
Los privilegios económicos a los catalanes, que siempre perjudican al resto de los españoles, no son la mejor tarjeta de visita para que Montero se presente como defensora del bienestar, y de los dineros, de los andaluces. Sobre todo cuando se sabe que se resistió todo lo que pudo para no ser candidata, aunque finalmente aceptó y Sánchez se comprometió a mantenerla en la vicepresidencia de gobierno. Otra cosa es que continúe en la vicesecretaría general del PSOE.
Se comprende el tono entusiasta en Armilla, es habitual en los congresos de partidos. Pero los andaluces conocen perfectamente sus problemas, cómo los abordó el PSOE y cómo los aborda el PP.