Nada que objetar contra quien pide, ni siquiera contra quien suplica. Hay que pelear -metafóricamente- para lograr el objetivo que se quiere alcanzar. Las cosas no llegan hechas, hay que prepararlas, montarlas, cocinarlas. Sin embargo, cuando es un gobierno el que suplica, y lo hace ante un personaje que está fugado de la Justicia, que desprecia las leyes y la Constitución española, y que ha dejado en ridículo a ese gobierno porque se escapó delante de sus narices – quizá se había pactado previamente-, el suplicante, el gobierno, se convierte en una institución patética.
Se comprende a quien intenta de forma desesperada reconquistar el amor perdido, o que alguien insista hasta la saciedad ante sus superiores para no perder el empleo; pero que un jefe de gobierno negocie mucho más allá de lo que exige su propia estimación para conseguir el beneplácito de un personaje que acumula todos los vicios del político que no pone límite a sus exigencias, no se comprende. Pedro Sánchez, además, no solo daña su ya mencionada propia estimación, sino también la de los dirigentes de su partido que colaboran en esas maniobras mendicantes de una forma que no tiene nada que ver con la lealtad a un presidente de gobierno y líder del partido, sino que se trata de servilismo puro y duro. Servilismo que no es precisamente una virtud, sino que dice poco de la personalidad de quien lo practica.
El encuentro en Suiza del secretario de Organización del PSOE Santos Cerdán, con Puigdemont y dos de sus colaboradores, Miriam Nogueras y Jordi Turull, no acabó ni siquiera en tablas, sino con el enviado de Sánchez como perdedor. Puigdemont no renuncia a lo que supuestamente le habían prometido, la amnistía y ser nuevamente presidente catalán. Sánchez no cumple, en este caso no porque no quiera sino porque no puede. La amnistía la conceden los jueces una vez aprobada la ley, y el Supremo no está por la labor de que se le pueda aplicar a Puigdemont. En cuanto a la Generalitat, Sánchez vería en peligro la secretaría general del PSOE si pudiendo ser Salvador Illa presidente de la Generalitat con el apoyo de ERC, se empeñara Sánchez en elegir a Puigdemont.
Solo le queda a Sánchez una posibilidad de gobernar con seguridad de llegar hasta el final de la legislatura sin sobresaltos y con los Presupuestos aprobados: que Puigdemont fuera sustituido como líder de Junts, y en eso está Marta Rovira, que pretende ser elegida presidente de Junts en el próximo congreso del partido.
Pero Rovira no lo tendrá fácil, entre otras razones porque gracias a Pedro Sánchez, se potencia la figura de un hombre que tiene en jaque a todo un gobierno. La prueba, que ahí tiene a los enviados de Sánchez acudiendo a Suiza cada mes para ver si cede. Y no lo hace. Ni un milímetro. Se mantiene firme: no ha conseguido la Generalitat, pero queda la amnistía. Si no se la dan, no hay nada que hablar.