Nunca un debate de investidura se ha celebrado en un clima tan tenso, tan polémico, tan envenenado. No se trata de que por primera vez el candidato no es el ganador de las elecciones, sino que el mal clima lo ha creado ese candidato al presentarse ante el Parlamento con unos socios, en gran parte indeseables, para sacar adelante su investidura, con una propuesta de amnistía aún más indeseable que es rechazada por una gran mayoría de ciudadanos incluidos votantes socialistas.
El candidato se ha visto obligado a tomar medidas para que la investidura se celebre sin incidencias: un Congreso blindado con centenares de afectivos antidisturbios y una sucesión de decisiones propias de dictaduras bolivarianas, más que de una democracia europea: Sánchez no pierde ocasión para expresar su animadversión hacia jueces, empresarios y periodistas, a los que cree "conspiradores" contra el sistema, su sistema; en medios de comunicación afines se ha implantado la censura sin complejos y el ministerio de Interior ha sancionado a los guardias civiles que han expresado su rechazo a la amnistía.
Profesionales de la Judicatura y Fiscalía de distinta procedencia han denunciado la falta de respeto del gobierno al Estado de Derecho, y ante la neutralización de las iniciativas que podían surgir de los propios tribunales, incluido el Tribunal Supremo, la esperanza se deposita en las instituciones europeas, a las que no pueden llegar las órdenes bloqueadoras del gobierno español.
En la sesión de investidura veremos a un presidente de gobierno defendiendo, sin vergüenza, aquello de lo que abominaba, aplaudido por diputados que han conseguido que a políticos delincuentes se les borrarán sus expedientes para convertirse en pacíficos ciudadanos sin mácula en su biografía. Veremos aplaudir en el banco azul a ministros que en ningún caso pasarían a la historia por su trabajo, pero sí a otros de brillante trayectoria profesional que han decepcionado hasta el infinito al asumir lo que jamás habrían asumido ni no estuvieran abducidos por un personaje como Pedro Sánchez.
No será este jueves, cuando se vote la investidura de Sánchez, un día de gloria. En estos dos días de debate parlamentario tragaremos mucho: tomarán la palabra portavoces que alardearán de antiespañolismo y de no respetar la Constitución, bajo la mirada sonriente de un Pedro Sánchez al que no le importa lo que promueven, sino que le darán unos votos preciosos para mantenerse en la presidencia del gobierno.
Solo nos queda el consuelo de que algunos socialistas valientes, pocos, han denunciado abiertamente que no aprueban las cesiones de Sánchez a las exigencias de independentistas y de condenados por la Justicia. Seguro que en los escaños habrá diputados que, en el fondo, admirarán a políticos como Felipe González o Josep Borrell, y se dolerán de no haber sido capaces de dar un paso adelante, como ellos, para defender los valores del PSOE. Del PSOE de verdad, no el de Sánchez, que no tiene nada que ver con los ideales que son señas de identidad del socialismo español.