Entiendo que por vergüenza y responsabilidad torera, los 'gigantes' que pelean contra 'normales' no pueden admitir una derrota de forma natural. Siempre buscarán la forma de encubrir el fiasco con factores externos. Que si esto o lo otro, que si la abuela fuma… Es evidente que Carlos Romero (Espanyol) hizo una entrada feísima que merecía la tarjeta roja directa, y las caprichosas leyes del destino hicieron que fuese él el autor del 1-0 que sellaba la derrota del Real Madrid en Cornellá. Es evidente que el colegiado se equivocó y el VAR se lavó las manos de forma cobarde, porque la patada por detrás, con los tacos al gemelo y sin opciones de jugar el balón es la fotografía perfecta para acompañar «¿Qué acciones supondrán la expulsión del defensor»? Y es evidente que el aficionado merengue tiene razón en sus quejas, porque se trata de una golfada mayúscula que le perjudica seriamente.
Pero en estas ocasiones, como el otro día el Barça quejándose del penalti (otra golfada arbitral) que no le pitaron a Koundé en Getafe, las excusas suenan mucho más fuerte que la autocrítica. Echo en falta que Flick o Ancelotti cambien el orden de las adversativas cuando dicen «no hemos jugado bien, pero es que el árbitro nos ha perjudicado» y deberían decir «el árbitro nos ha perjudicado, pero es que nosotros no hemos jugado bien». La diferencia es abismal.
El Madrid tiró 75 minutos a la basura. Fue un equipo sin intensidad. Y eso, en este fútbol moderno donde el 95 por ciento de los equipos solo tienen la intensidad como arma para rascarle un punto, esporádicamente los tres, es un error casi más grave y flagrante que el de Muñiz Ruiz en el campo e Iglesias Villanueva en el VAR. Si el 'gigante' hiciera lo que debe ante los 'normales', no habría que tejer ninguna excusa por lícita y justa que fuera.