Confieso que estoy confundido. El presidente Sánchez y su ministro Cuerpo, el titular de Economía, aseguran que la economía va como un tiro y exhibe fortaleza casi como nunca. Y los grandes datos les dan la razón. El empleo, el turismo, las exportaciones y el consumo público van bien, mejor que en otros países europeos como Alemania, Francia e Italia y aunque la recuperación ha sido más lenta que en esos países -la caída por la pandemia, además fue más pronunciada aquí- los pronósticos indican que vamos a seguir creciendo este año y tal vez el que viene por encima de estos países aunque algunas cifras ya alertan de que hay nubes en el horizonte cercano.
Y, sin embargo, si preguntas a la gente normal y si te crees las encuestas o los datos de organismos serios -excluyo al CIS por razones obvias- la realidad es otra. El gasto público, el déficit y la deuda crecen imparables, invirtiendo en cosas innecesarias, regalando dinero extra a quien garantiza votos para mantener a Sánchez en el poder, tapando agujeros negros, como el de las pensiones, gastando más dinero en el desempleo, a pesar de que, oficialmente, tenemos más empleados y menos desempleados que nunca.
No parece que los Fondos europeos -que nadie sabe con certeza estadística cómo se están distribuyendo y gastando porque falta control y algunos datos indican que estamos siendo ineficientes en su gestión- vayan a ser el maná que nos relance ni estén sirviendo para digitalizar realmente un país que sigue mirando de refilón al cambio tecnológico imprescindible. Seguimos sin apoyar a los empresarios, especialmente a los pequeños y medianos y a los autónomos y, sin tener una industria puntera en casi ningún sector y en el del Turismo, nuestro motor económico, crecen los que están empeñados en acabar por él, porque somos dados a hundir lo que nos sostiene en lugar de abrir foros y cerrar pactos de Estado para fortalecer lo que sabemos hacer bien.
Lo de la vivienda es crónico y no ha habido ningún gobierno que haya planteado una estrategia real y efectiva -solo parches y algunos en la dirección equivocada- para cambiar la realidad. Son muchos los que sostienen que las cifras de empleo están hinchadas y que tenemos realmente muchos más parados de los que dicen las cifras oficiales y que los salarios reales en España se mantienen congelados o han retrocedido levemente desde la crisis de 2008, también los de los jóvenes, que sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes.
Y aunque todo parece mal, los hoteles están llenos, como los restaurantes, los precios de alquiler de una vivienda en lugares turísticos son un escándalo, las carreteras se llenan como si todos huyéramos al mismo tiempo a todas partes y el gasto se dispara. La economía ¿va bien o no? Los de los jóvenes es un grave problema. Ni pueden independizarse, ni alquilar una vivienda, no hablo de comprarla, el índice de desempleo (26%), dobla la media europea, sus salarios han empeorado después de la pandemia, su educación y su formación no sólo pierden calidad, año tras año, sino que no les formamos para los puestos que demandan las empresas y que no pueden cubrir por falta de oferta, y casi todos saben que tienen un futuro muy oscuro y que lo de cobrar una pensión está muy negro.
Y, sin embargo -y ahí otra de las contradicciones- o tal vez por todo eso, muchos jóvenes, con empleos precarios, escasos y mal pagados, ya no creen en el trabajo como ascensor social ni como centro de sus vidas y apuestan por trabajar lo justo, vivir con sus padres sin gastos fijos e "invertir" lo que ganan en diversión, viajes, copas o teléfonos de última tecnología. Y eso es muy grave para el futuro de un país, cuya falta de productividad lastra el presente y el futuro. No habrá un futuro estable en el mundo, lo dice el último informe de la OIT, mientras millones de jóvenes no tengan un trabajo decente y se sientan imposibilitados para tener una vida digna para ellos y para sus familias.
En fin, la desigualdad ha crecido como nunca con un gobierno "de progreso" y parece que la economía va bien para los que más tienen -crecen los ricos y los muy ricos y los beneficios de las grandes empresas- y es un escape para los que menos esperan del futuro, mientras que una parte muy importante de la población -un veinte, un veinticinco por ciento- una cifra brutal vive en los umbrales de la pobreza o por debajo.