La conexión del herrero Elías de Andrés con la fragua está más cerca de la pasión que de una mera vocación, pues es el amor por el arte el único capaz de explicar que, después de casi ochenta años de martillazos, el gran herrero de Segovia aún se levante cada día con ganas de tirar del fuelle. El efecto mágico de su cariño por el hierro se hace ver en los ojos de Elías cuando muestra las piezas que hablan de su vida, y es tan poderoso que supone el secreto de su eterna juventud: "Tengo 85 años, pero me encuentro como si tuviera cuarenta... No para otras cosas, pero para el trabajo, sí".
Con estas palabras el herrero explica en una entrevista con Efe lo que supone el legado de una vida entera dedicada a la forja artesanal minutos antes de realizar una demostración en directo en la Real Casa de Moneda de Segovia. El primer recuerdo de Elías con el hierro se remonta a 1941, cuando con apenas siete años acudía la fragua de su padre a la salida de la escuela y le ayudaba a tirar del fuelle, momentos en los que se comenzaron a forjar sus primeros lazos con el oficio.
Con 10 años, sus hermanos y él pasaban días en la sierra produciendo carbón, unos años que Elías recuerda como de "muy laborioso trabajo," pero también con mucha emoción. Cuatro años después, montó su propia fragua en una época en la que la forja era tan demandada que él y sus hermanos pasaban las noches en vela aguzando los punteros para los canteros de la zona, que usaban entre quince y veinte de estas herramientas al día.
Elías de Andrés, una vida entera de martillazos - Foto: Pablo Martín Efe"O sea, que yo me aguzaba unos 300 o 400 punteros diariamente... impresionante", reflexiona el artesano, quien recuerda otros trabajos de la época como la creación de hachas cuyas estructuras estaban hechas con llantas de carros y el acero salía de los semiejes de los vehículos que él mismo empalmaba "a base de golpes".
Con la experiencia y las anécdotas también fue creciendo el negocio, y Elías de Andrés pudo dedicarse a lo que el llama "trabajos de forja de envergadura", entre los que destaca la puerta principal del Palacio de Comunicaciones, el actual Ayuntamiento de Madrid, en la que aún puede leerse su firma.
Otras obras del artista herrero quedaron impresas en el paisaje nacional, como una escultura en el aeropuerto de Sant Joan de Palma de Mallorca o el quiosco de la Plaza Mayor de Segovia, pero también en la memoria de admiradores internacionales que Elías ganó en diversas exposiciones por México, Francia o Alemania.
Han pasado unas cuentas décadas de todo aquello, pero el ahora jubilado mantiene intacta su pasión por la fragua: "Cuando salgo por ahí con mi mujer, o vamos a la playa y estamos tomándonos una cerveza, siempre estoy pensando en nuevas piezas y las dibujo en un papel", relata.
Con 85 años de vivencias a sus espaldas, la mirada de Elías hacia el futuro se ensombrece, al ver lo que para el fue su mayor pasión y oficio reducido a tres palabras: no es rentable. En un mundo muy distinto al que le vio crecer, hoy es posible comprar en un almacén las rejas castellanas producidas de forma industrial por una cuarta parte del precio que supone crearlas de forma artesanal, por lo que, en palabras de Elías, "no merece la pena".
El forjador percibe que su trabajo produce fascinación a la gente que lo observa pero sólo eso, y lamenta la falta de interés de las instituciones: "Jamás en mi vida he tenido una ayuda de nada, ni una subvención... O haber dicho 'vamos a montar un local para enseñar a los chicos', expresa.
Uno de sus hijos, Javier de Andrés, ha recibido parte del legado y tiene algunas nociones de artesanía, pero se dedica a la cerrajería y venta de piezas mecanizadas. Él resume la decadencia del gremio en pocas palabras: "Entonces no importaba el tiempo. Ahora, lo que cuenta es sacar las cosas a tiempo e intentar cobrarlas".