España se enfrenta a una ensalada de procesos electorales de consecuencias acaso predecibles pero indeterminadas. Por norma general, lo que sucedía en las urnas vascas y catalanas tenía una incidencia relevante en el concierto político español, pero no en la labor legislativa e incluso en la propia supervivencia del Gobierno, con especial atención al Partido Socialista al que representa el actual jefe del Ejecutivo y de Ferraz, Pedro Sánchez. Con todo, y a pesar del ruido provocado por el prófugo que encabezará la papeleta de la derecha secesionista catalana, Carles Puigdemont, son muchos los actores políticos que se juegan el todo por el todo en el próximo trimestre, que arranca con la búsqueda de nuevo inquilino para Ajuria Enea, pasa por Barcelona y termina en Bruselas.
Quien parte de una posición más comprometida es Sánchez y su PSOE. Su continuidad en la Moncloa depende del apoyo de fuerzas que van a chocar frontalmente en las elecciones de abril y mayo. Demostrado que con el presidente cualquier teoría aprendida está caduca, está por ver si el PNV logra ganar en el País Vasco y, si no lo hace, si el PSOE llegaría a apoyar a un lehendakari de EH Bildu. Hoy ese escenario parece irreal, sobre todo después de saciar a Otegi con la entrega de Pamplona, pero también parecía irreal, y como tal lo proclamaba Sánchez, que Puigdemont regresara amnistiado y bajo palio para mingitar sobre el Gobierno, la separación de poderes, la igualdad entre españoles y la concordia constitucional. Algo parecido sucede en Cataluña. Junts quiere el Gobierno, pero las encuestas dan para que los republicanos gobiernen apoyados por el PSOE y los Comunes, escenario en el que terminaría el apoyo de Puigdemont a Sánchez en Madrid.
Tampoco es un camino de rosas para el PP de Alberto Núñez-Feijóo, que comienza a recordar a Mariano Rajoy en aquello de manejar los tiempos dejando que los tiempos pasen. El PP parte de una posición irrisoria en Cataluña, donde no termina de cuajar un entendimiento con Ciudadanos, que por otro lado es presa en Cataluña de un personaje mendaz y siniestro como Carlos Carrizosa. Él sí tiene un horizonte despejado: desaparecerá como lo hará Ciudadanos, con toda la fuerza de la lógica, además.
También se la juegan en los márgenes. Vox y Sumar -o sus sucursales territoriales- comprobarán si sobreviven al efecto ómnibus de PP y PSOE o si el cataclismo de Galicia se replica, si bien el País Vasco y Cataluña son escenario absolutamente divergentes con Galicia. Y sobre todo se la juegan los ciudadanos. Nunca unas elecciones autonómicas fueron tan plebiscitarias. Si el escrutinio es puñetero, el futuro puede ser insufrible.