El PP ganó abiertamente las elecciones con una subida importante de votos y escaños, y sin embargo quien tiene más posibilidades de gobernar es el PSOE, aunque es difícil que, en caso de lograrlo, pueda llegar a mitad de legislatura.
En cualquier país democrático, el resultado que ha dado el 23-J supondría que los dos partidos mayoritarios se sentarían al menos a hablar para intentar un posible acuerdo de Gobierno, visto el percal de los otros. Pero la ambición de Pedro Sánchez es inconmensurable y no le importa gobernar con quienes odian a España y pretenden escindirse de ella; tampoco le importa gobernar con una coalición forzada, Sumar, en la que ya han aparecido las primeras tensiones internas, ni le importa hacerlo con el apoyo de un fugado de la Justicia y con un partido que desciende directamente de ETA.
Solo queda un consuelo ante tanto desconsuelo: Sánchez y sus acólitos no podrán decir que representan el Gobierno de progreso. Hoy capitanea un conglomerado en el que tienen cabida partidos de la derecha recalcitrante, actúan con los mismos tics de esta tendencia y defienden los mismos principios que la derecha española más tradicional… excepto que les sobra la palabra española. No quieren saber nada del país al que pertenecen, que les presta todos los servicios sociales de los que disfrutan y cuya Justicia incluso les ampara, aunque ellos no la acaten cuando no les es favorable.
Sánchez ha iniciado sus vacaciones y deja atrás a su equipo para que negocie con otras fuerzas los votos necesarios para volver a la Moncloa. De momento, lo prioritario es que consiga los apoyos para que el nuevo presidente del Congreso sea socialista, cargo que hay que elegir antes de la investidura del nuevo presidente de Gobierno.
ERC, que tanto apoyó a Sánchez en la pasada legislatura y que ahora presenta su cara más hosca, ha anunciado que a la mesa negociadora con el PSOE enviará a Marta Rovira, exparlamentaria autonómica que se fugó a Suiza. Se nota que quiere mostrar un perfil más drástico y más independentista que Puigdemont y Junts.
Feijóo va a pelear hasta el último momento para ser presidente, y si no lo consigue se empeñará a fondo en ejercer como líder de la oposición. No se irá de vacaciones, apenas algún salto a Moaña para ver a su mujer y a su hijo; ha marcado así el camino a la dirección del PP, que también va a dedicar el verano a trabajar para luchar por todos y cada uno de los votos; lucha aparentemente perdida de antemano pero a la que el presidente del PP no va a renunciar hasta que sea inevitable asumir que Sánchez continuará en la Moncloa.
El propio Feijóo llevará las negociaciones más importantes, en las que incluye reunirse con el propio Pedro Sánchez.
Es probable que, tras analizar fríamente la campaña electoral, la estrategia, y sobre todo la táctica, Feijóo se haya dado cuenta de los errores cometidos, de los puntos débiles, de cómo responder con eficacia a Sánchez y de ver si los miembros de su equipo más cercanos han estado a la altura de las circunstancias. La idea generalizada es que no, y si el PP ha ganado las elecciones ha sido por el esfuerzo personal del político gallego, no de sus principales colaboradores.
Él, que durante sus muchos años de presidencia autonómica conoció la amargura de tener que asumir decisiones de la sede nacional con las que no estaba de acuerdo, quiso dar libertad a los líderes regionales para decidir respecto a coaliciones de Gobierno, y hoy son ya muchos los dirigentes del PP que consideran que fue un error no impartir ciertas instrucciones. Por ejemplo, que solo se gobernaría con Vox cuando fuera indispensable el voto favorable del partido de Abascal, pero en ningún caso se les daría entrada en el Ejecutivo si bastaba con la abstención. Cuando se impartió esa instrucción el mal ya estaba hecho en Valencia y Extremadura, lo que dio alas a la izquierda, sobre todo a la socialista, para basar toda su campaña en identificar al PP con Vox.
Situación imposible
A pesar de que Feijóo repitió hasta la saciedad que él pretendía gobernar en solitario, y nunca aceptó que a lo mejor tenía que hacerlo en alianza con Vox, otros compañeros suyos se mostraron más tibios en ese aspecto y pasó factura en las urnas. En las próximas semanas tanto PSOE como PP van a poner todo su empeño en conseguir los socios suficientes para gobernar, aunque Feijóo parte con la dificultad de que está obligado a marcar distancia total con Vox. Entre otras razones porque no le gusta lo que defiende ese partido, pero por otra parte necesitaría que en la izquierda se viviera algún tipo de revolución interna que hiciera perder apoyos a Sánchez y los escaños del PP sumaran más que los de toda la izquierda. De manera que a Feijóo le bastara con la abstención de Vox.
En la reunión que mantuvo con su Ejecutiva, dijo Feijóo que pretende presentarse a la investidura porque es el ganador de las elecciones, pero la última palabra la tiene el Rey.
Don Felipe, a partir del 17 de agosto, recibirá en ronda de consultas a los portavoces parlamentarios de menor a mayor, siendo los dos últimos Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo.
Cuando el Monarca reciba al presidente del PP tendrá por tanto todos los datos sobre las posibilidades de conseguir los votos necesarios para la investidura y cuáles tendría Sánchez: pero si Feijóo, como ganador, le pidiera intentarlo, lo lógico es que Don Felipe le dé esa oportunidad.
Que es, por otra parte lo que quiere Sánchez, como ha confesado a miembros de su ejecutiva. Desea ser elegido después de que fracase la investidura de Feijóo, si efectivamente es así como se desarrollan las cosas. Cree el socialista que la derrota previa del líder popular le daría fuerza si logra ser presidente. Pero su situación es de gran debilidad.
¿Con o sin líneas rojas?
Ha confesado a su ejecutiva que no es descartable que el bloqueo político obligue a convocar nuevas elecciones a fin de año: y ha reconocido también que si es presidente tiene difícil completar la legislatura.
No tiene líneas rojas, lo ha demostrado sobradamente en estos años, pero lo que exige Junts es inconstitucional, y por mucho que Cándido Conde Pumpido tratara de ayudar a Sánchez desde el Tribunal Constitucional si se presenta algún recurso, difícilmente aceptaría dar el visto bueno a algo que veta expresamente la Carta Magna.
Es significativo que en las filas socialistas asuman con naturalidad que, en caso de continuar como presidente, Sánchez no podría aprobar los Presupuestos, pero pueden prorrogarse. En la reunión del pasado lunes, el presidente dio a entender que en caso de gobernar no presentaría excesivas leyes al Parlamento ante la dificultad de aprobarlas. La distancia que separa a la izquierda del PP más Vox no supera los tres escaños. Y supondría un agotamiento absoluto tener que negociar en todas y cada una de las propuestas de Gobierno con partidos tan díscolos como Junts, ERC y PNV, entre los que no se incluye a Bildu, que hoy es el socio que menos problemas pone para apoyar un Ejecutivo del PSOE. Pero sí habría que incluir a los cinco escaños de Podemos adscritos a Sumar.
Todo ello abunda en la idea de que, si Núñez Feijóo no logra superar una investidura y Sánchez tampoco, el bloqueo obligará a unas nuevas elecciones.