Difícil escapar de los titulares algo apocalípticos en un día como el de hoy. A mí, español al fin, me interesan las repercusiones que estos momentos históricos, como el del inicio del mandato de alguien como Donald Trump, pueden tener para mi país, para mis conciudadanos, para mi familia, para mí mismo. Creo, así, que iniciamos mal la 'era Trump': el presidente del Gobierno español -y, ya que estamos, la mayoría de los lideres europeos no ultraderechistas- no parece ser precisamente el favorito de los nuevos amos del mundo, comenzando, claro, por Elon Musk, a quien se le augura una influencia decisiva en muchas de las decisiones que vaya a adoptar la nueva Administración norteamericana.
Tengo serias dudas sobre si la estrategia que parece haber adoptado Pedro Sánchez ante la llegada de estos nuevos amos del mundo sea la correcta: está muy bien eso de sacar pecho llamando al jefe de la banda 'líder de la internacional ultraderechista', que es una bofetada aún no devuelta por el dueño de la red social más importante, aliado, para colmo, con los otros lideres tecnológicos que controlan el setenta por ciento de la información que circula por el planeta; está muy bien, sí, pero va a tener consecuencias. Me asusta pensar que las relaciones con los Estados Unidos no las van a llevar tanto los diplomáticos como el líder de Vox, Santiago Abascal. Y sospecho que idéntica alarma debe imperar ahora en las cancillerías de media (más de media) Europa, al ver que, por ejemplo como 'representante' de Francia, estaba invitado a la ceremonia de toma de posesión en Washington nada menos que Eric Zemmour, un ultra de tomo y lomo que se define 'bonapartista', y que en punto a reaccionario supera incluso a Le Pen. La 'Reconquista' de Zemmour quedó en cuarto lugar, con un 7'07 por ciento de los votos, en las pasadas elecciones presidenciales francesas de 2022.
Curioso cómo el emblemático número siete se impone en el recuento político: Trump obtuvo en las elecciones de noviembre algo más de 77 millones de votos. Pedro Sánchez, por ejemplo, retiene en las encuestas un suelo ligeramente superior a los siete coma siete millones de sufragios. Esta 'pequeña' diferencia habría de hacer meditar al presidente español sobre sus retos y desafíos: bastantes problemas tiene Sánchez a nivel nacional como para meterse en fregados con el iracundo, me temo que a veces incontrolable, Trump. Más valdría, sospecho, que se preparara, y acondicionara su Gabinete, su partido y su Gobierno, para los novísimos tiempos que nos acechan, tan llenos de augurios creo que preocupantes. No caigamos en el error contrario a aquel en el que cayó en 2009 Leire Pajín, entonces secretaria de Cooperación y luego ministra de Sanidad, quien, eufórica de entusiasmo, llegó a decir -¡¡ante un atril y micrófono!!-que tener a José Luis Rodríguez Zapatero en la presidencia de España y a Obama en la de EE.UU sería "un acontecimiento histórico" para "el planeta".
Pues eso: que no vayamos a creernos ahora, sensu contrario, la reserva de Occidente frente a los desmanes del trumpismo/tecnologismo. "Los europeos, si se nos desafía, tenemos instrumentos para hacerles frente". Esto se lo oí hace pocas horas a nuestro ministro de Exteriores, Albares. No estoy seguro de que este sea el talante. Y no: a mí, como a tantos, tampoco me gusta la deriva que, para Europa, para España, supone Donald Trump, desde hoy el hombre más poderoso (y peligroso) de ese planeta citado por Pajín. Pero creo que ahora la receta es la prudencia, la habilidad y la paciencia. Y guardarse en el bolsillo ese espíritu pugnaz que a veces caracteriza a nuestros responsables políticos: eso de setenta y siete frente a siete (que tampoco es mal número) me resulta bastante indicativo en muchos campos. No podemos equivocarnos también ahora y en esto, como si la coma que separa los sietes no existiera.