Con la reelección de Oriol Junqueras como presidente de ERC se ha puesto fin al periodo congresual en el que este partido, Junts y el PSOE renovaron sus direcciones, con un carácter continuista en todos los casos, de tal forma que se mantienen las posiciones previas a los cónclaves, si bien en el caso de los partidos catalanes exacerbadas para ponérselo más difícil al Gobierno encabezado por Pedro Sánchez y a su deseo de contar con unos Presupuestos Generales del Estado para el próximo año.
Ambos partidos independentistas incluidos en el bloque de la investidura se muestran cada vez más desconfiados respecto a las cesiones del Ejecutivo en los acuerdos comprometidos para la elección de Pedro Sánchez y de Salvador Illa al frente de la Generalitat, de tal modo que cada vez se escuchan más avisos por parte de los exconvergentes de retirar su apoyo al Gobierno de forma definitiva, y los de ERC de no respaldar algunas decisiones del presidente catalán.
Puigdemont y sus portavoces en el Congreso, que repiten continuamente que no han venido a Madrid a hacer amigos, se han aficionado a la pinza con el PP sobre todo en materias económicas y fiscales para condicionar las iniciativas del Gobierno. Un acercamiento que no pasa de esos escarceos a pesar de que los populares cortejan sus votos para una imposible moción de censura en la que tendrían que participar de consuno Junts y Vox, agua y aceite. Incluso dentro del PP hay discrepancias sobre el acercamiento a Junts, un partido del que no se fían y del que lo mismo dicen que está formado por independentistas irredentos deseosos de acabar con España que lo consideran un partido plenamente democrático insertado en el espacio de la derecha liberal con el que hay que hablar por si en algún momento se necesitan sus votos para llegar a La Moncloa. Aunque para ello haya que pasar por encima de alguna baronesa popular. Junts, que ha arrancado al Gobierno algunas decisiones impensables y dolorosas para los propios militantes socialistas, tensa la cuerda hasta el punto de la rotura, aunque sabe de las consecuencias que tendría una victoria del PP junto a Vox para sus intereses, incluso en Cataluña donde sus votantes -y tampoco los del PP catalán- no entenderían un acercamiento a Alberto Núñez Feijóo. El expresidente catalán ya ha dicho a los suyos que estén preparados para cualquier escenario y dispuestos a explicar lo inexplicable
Puigdemont deja poco margen a la negociación política porque su forma de actuar es la amenaza. La última, la presentación de una proposición no de ley instando a Pedro Sánchez a someterse a una cuestión de confianza, que a pesar de la rimbombancia de la iniciativa carecería de efectos jurídicos, y que de llevarse a cabo solo serviría para certificar lo que ya se conoce, la debilidad parlamentaria del gobierno, a lo que el Ejecutivo ya ha respondido con su voluntad de permanecer, pese a ver limitada su capacidad legislativa. Junts, y en menor medida ERC, quieren hace sufrir al Gobierno sin atreverse a dejarle definitivamente en la estacada, mientras Sánchez soporta los agravios a la espera de aprobar las cuentas públicas, y arrastra los pies para dar cumplimiento a los acuerdos alcanzados con Puigdemont y Junqueras, que solo coinciden en no fiarse de él y en avisarle de que no van a firmar nuevos pactos hasta que se materialicen los anteriores.