He de reconocer que ahora que me he puesto a escribir estas líneas, que siempre espero que sean de padre y muy señor mío, he caído en la cuenta de lo en desuso que ha caído dicha expresión. Es verdad que suena a película española de los 60, con alguna señora escandalizada por lo que fuere santiguándose y soltando aquello de «estamos en un lío de padre y muy señor mío». El caso es que las expresiones cambian, pero no demasiado. Porque hoy en día escuchamos comúnmente aquello de 'Fulanito es mi padre'. Bueno, pues hoy vengo aquí a decir que Águeda (Marqués, sí), es mi madre.
Pobrecita, no la carguemos con más presión de la que ya ha llevado sobre los hombros. Pero sí, es mi madre y la de muchos de vosotros porque nos ha representado con un corazón enorme, con una capacidad competitiva única; como una auténtica guerrera segoviana. Podría, perfectamente, no haberse clasificado para las semis. Personalmente, poco me hubiera importado viendo lo que realmente vale en el deporte: cómo se ha superado. De eso se trata. De trabajar y trabajar de manera incansable, día tras día, llueva o haga demasiado calor; para llegar a ser olímpica primero y luego, en su debut en el olimpo del atletismo, hacer la carrera de su vida, su marca personal. ¿Qué más hubiera dado que después no se hubiera clasificado?
Muchas, demasiadas veces en nuestra vida, utilizamos la palabra fracaso con una carga y unas connotaciones que asustan. Asustan e intimidan. Nos vemos constantemente bombardeados por las típicas frases motivacionales que hablan de una secuencia lógica de hechos: el que la busca, la encuentra; el que la sigue, la consigue. El deporte demuestra la gran mentira que es eso. ¿O es que la gimnasta rumana no tenía razón al esperar más puntuación que Simone Bailes en el ejercicio de suelo? ¿O es que no nos hemos frustrado desde nuestro sofá con las decisiones de los jueces en boxeo? ¿Acaso era justo que Carolina Marín nos hiciera llorar? ¿Acaso se puede tildar de fracaso el resultado de Ana Peleteiro? Los deportista saben perfectamente que merecerlo no es lograrlo. Que perseguirlo no es encontrarlo. Y nosotros mismos, que si analizásemos nuestros sueños de juventud seriamente y sin engañarnos, tendríamos que decir siguiendo esa lógica que somos el un 90% unos fracasados. ¿Acaso es un fracaso vivir?
Aquel deportista que alcanza los Juegos ya debería ser, por definición, un elegido. Un triunfador. Águeda Marqués lo era ya con sus lágrimas de frustración tras no haber logrado la "excelencia"; lo fue mucho más al conseguir llegar con la inestimable ayuda de Esther Guerrero y lo será por siempre para todo el pueblo segoviano por habernos enseñado el camino: trabajo, más trabajo, pelea incansable, fe y, sobre todo y especialmente, naturalidad para llegar a un micrófono y decir: "Aquí la gente corre mucho". No podemos pedirles más a nuestros deportistas, especialmente a los de aquellos deportes de los que nos hacemos especialistas una vez cada cuatro años y nos pasamos luego 1460 días con sus noches sin volver a verlos.
Me permito despedir con un breve apunte sobre mi gremio, el periodista deportivo que tiene el honor de acudir a unos Juegos, cosa que uno aquí no tiene. Ha de pedírsele lo mismo que al atleta: trabajo y trabajo. Porque muchas veces va a tocar hablar de algo que no se conoce, con lo que hay que llevarlo conocido y doblemente preparado. Y hemos visto y oído en estos días parisinos muchas barbaridades. Adocenados por un periodismo de mucha opinología en redes sociales, hemos olvidado por el camino el único secreto, que es la preparación. Insisto, para todo en la vida: a correr se aprende corriendo, a ganar se aprende ganando y a saber contar se aprende contando, pero llegando con mucho material en la cabeza. A perder no nos enseñan y deberíamos saber perder antes de acabar perdiendo. Venga, quedémonos con que Águeda es nuestra madre.