Cuando era niño, era habitual que echaran en la televisión única del momento películas españolas, a las que rápidamente poníamos el apellido de "españoladas". Así una tarde de sábado nos reíamos con Paco Martínez Soria, José Luis López Vázquez, la voz de pito de Gracita Morales, así como un sinfín de actores secundarios.
De aquellas películas, con el tiempo volví a ver "Vente a Alemania, Pepe". Una película de 1971, dirigida por Pedro Lazaga y protagonizada por Alfredo Landa y José Sacristán. Cuenta la historia de unos españoles que emigran a Alemania para ganarse la vida y prosperar, pues en la España rural del momento, era muy complicado salir adelante con dignidad.
Lo que en principio parece un plan perfecto, cuando el protagonista llega a Alemania, descubre que de lo que le contaba su paisano que había llegado unos años antes, no era del todo cierto. Los españoles hacían los trabajos más ingratos y peor pagados. Eran tratados como si fueran tontos e ignorantes, y a eso se suma la nostalgia de estar lejos de los suyos y sus costumbres.
Os cuento eso, porque no dejo de pensar en esa película cuando observo a los nuevos segovianos. Extranjeros que llegan ahora a nuestra tierra buscando la misma prosperidad y libertad, que antes buscábamos en el norte de Europa los españoles, portugueses, griegos e italianos.
Son los inmigrantes los que ahora copan los trabajos más ingratos. En los que hay que doblar bien el lomo para cobrar el sueldo más ajustado, los que al no poder elegir, trabajan en festivos y en sectores que por los que nadie se disputa el empleo, y que son fundamentales para que todo siga funcionando con normalidad.
Leo en la prensa un estudio que indica que la provincia de Segovia es una de las que cuenta con mayor porcentaje de extranjeros entre la población trabajadora de España, llegando al 20 %. Es decir, que de cada 5 trabajadores de la provincia, uno de ellos ha nacido fuera de España. Es una realidad que observamos a diario, y que la estadística ratifica. Por un lado es señal de pujanza económica. Solo en aquellas provincias con más paro y con menos actividad económica, no tienen esas cifras tan altas de trabajadores extranjeros.
Muchos sectores de la economía provincial se frenarían en seco sin esa fuerza laboral. Nuestro sector agrícola y ganadero depende de su esfuerzo, también la hostelería, el transporte y la construcción se sustenta de su talento. Es un grupo de población estratégico.
Ayudan a mitigar los problemas de despoblación de muchas comarcas de Segovia. Con su llegada permiten que sigan abiertos colegios y dan vida a localidades que de otro modo serían eriales demográficos.
Así Madioke llegado desde Mali amasa cada día el pan en un obrador de Carbonero el Mayor; Iván de Bulgaria trabaja en una granja de porcino en la comarca la Campiña segoviana; los manos de Graziella, venezolana, limpian habitaciones en un hotel de la capital y trabaja en una cafetería o Jaime, que llegado de Venezuela huyendo de una brutal dictadura, ahora acompaña y ayuda a personas dependientes. Son los nuevos segovianos, y cada uno tiene sus motivos y sus razones. Y gracias a ellos, la vida de Segovia no para.
Por eso no entiendo ese discurso del odio instaurado en algunos sectores de la sociedad, algunos de misa y comunión diaria, o lemas como los españoles primero. Estoy seguro que esos sectores preferirían que sean españoles los que ocupen esos empleos, pero me temo que eso ahora no es posible. Los extranjeros nos ayudan con su empleo, y nuestro país les ayuda a ellos a labrarse un futuro.
El reto es integrar esos sectores sociales en nuestra vida diaria, y aprender y respetar sus costumbres. Necesitan un empujón al principio, cuando más vulnerables son, y por eso las ONG son tan necesarias. Para que les tutelen y les guíen en el camino. Y por parte de los inmigrantes, también ser conscientes de la generosidad de un estado de bienestar que les ayuda y destina recursos y presupuesto a su servicio.
Aplaudo la dignidad mostrada en días pasados por la ONG de raíz católica, Cáritas. Cuando en el Ayuntamiento de Burgos gobernado por el PP, y con el soporte, o mejor dicho, chantaje de Vox, condicionó las ayudas sociales a excluir a algunas organizaciones que apoyan a los inmigrantes. Cáritas se negó a ser la única que recibiera fondos, pues la solidaridad no puede entender de matices. Al final consiguió que la alcaldesa de Burgos, la popular Cristina Ayala, rectificara y dejara en su sitio al partido ultraderechista y su discurso del odio y la exclusión.
Si queremos una sociedad ágil, con una economía activa, tenemos que acoger, aceptar y entender a los inmigrantes. Y ellos hacer un esfuerzo de integración y respeto a nuestro estilo de vida, que es el que vienen buscando. Son los nuevos segovianos, y nos necesitamos mutuamente.