Cuando el rey Felipe VI concluya la nueva ronda de encuentros con los portavoces parlamentarios que hayan acudido a decirle lo que piensan hacer en estos próximos dos meses antes de que llegue el momento de convocar nuevamente a las urnas a finales de noviembre, lo lógico, o "la costumbre" es que encargue a Pedro Sánchez la formación de gobierno y que comience la II Era del líder del PSOE con la búsqueda de los apoyos para su investidura. En los cinco días que han mediado entre el fracaso del primer mandatado por el rey, Alberto Núñez Feijóo, y el momento en el que Sánchez va a ocupar el centro de la escena, si alguna vez lo abandonó, no han dejado de ocurrir acontecimientos y declaraciones que de ser tomadas de forma literal conducirían a una nueva convocatoria de elecciones, mientras que en su exégesis las palabras y los actos no significan lo que parecen en tanto se mantenga vivo el proceso de negociación, que por supuesto, seguirá siendo como el Guadiana en la mayor parte del tiempo y solo aflorará cuando interese a las partes concernidas.
En la parte visible del curso negociador es cuando surgen todo tipo de advertencias cruzadas. Puesto el foco en las diatribas con los independentistas catalanes, el resto de los términos de la ecuación que pretende resolver Sánchez también hacen saber que con ellos las negociaciones no han llegado a comenzar, que queda mucho por debatir y que nada está acordado hasta que todo está acordado como bien sabe cualquier negociador. Pero llegados al comienzo de la II Era Sánchez parece inverosímil que pueda no iniciarse porque no se llegue a un acuerdo sobre las reformas sociales pendientes con Sumar, y dentro de este conglomerado porque Podemos rompa la baraja si Irene Montero no vuelve a dirigir la cartera de Igualdad. O que sea el PNV quien se ponga exquisito con el "plan Uukullu" y el reconocimiento de la diversidad hasta llegar a la confederación, paso intermedio para la auténtica independencia que reclama EH Bildu, quien con buen ojo estratégico deja que sean otros quienes den batallas en las que su intervención causaría más problemas.
La II Era Sánchez coincide con el inicio del primer periodo de Feijóo como líder de la oposición y el comienzo de una nueva etapa en la que el PP está decidido a compatibilizar la labor parlamentaria con la protesta en la calle en la que de unos años a esta parte se manifiesta más que los partidos y organizaciones de izquierda. En los dos ámbitos contará con el apoyo de Vox con quien Feijóo se hermanó en su debate de investidura y al que poco a poco come terreno electoral sin llegar a engullirlo. Eneas línea, el presidente de Vox, Santiago Abascal, lanzó una críptica amenaza si se concede la amnistía a los investigados y condenados por el 'procés' -"El pueblo español se defenderá. Luego no vengan lloriqueando"- que unido a la justificación de algunos comportamientos violentos dan pautas sobre cómo será el tenor de la oposición si hay un nuevo gobierno Frankenstein. El PSOE por el contrario no habla de amnistía, que es el centro del debate, y si lo hace de autodeterminación es para negarla y cierra filas con Sánchez para que la derecha abandone toda esperanza de "Tamayazo".
Y en el meollo de la cuestión, del que depende que Sánchez inicie su nuevo mandato, las negociaciones y cesiones con Junts y ERC, los independentistas estiran de la cuerda en público considerando la amnistía una concesión menor -pese al debate sobre su constitucionalidad- con respecto al bien mayor de un referéndum de autodeterminación, aun sabiendo que es la línea roja que no se puede traspasar, al calor de la sesión de investidura, el debate de política general en el Parlament y el sexto aniversario del 1-O. Lo que se dice en público, no debe tener nada que ver con lo que se negocia en privado donde todo debe girar en ver como se vende un acuerdo, dentro de la legalidad, que satisfaga a los indepes y sobre el que Sánchez pueda hacer pedagogía sobre los beneficios de la amnistía para la convivencia.