Es una constante que cuando un líder del Partido Popular en la oposición visita La Moncloa para una reunión con el presidente del Gobierno de turno, a la salida, su primera manifestación sea para decir que no saben a qué han ido, que han salido igual que entró, o que no ha recibido ninguna información. Eso le pasó a Mariano Rajoy con José Luis Rodríguez Zapatero a cuenta de la lucha antiterrortista, y le ha pasado a Alberto Núñez Feijóo con Pedro Sánchez, respecto a la nueva situación creada por Donald Trump y su amenaza de retirar el paraguas estadounidense a la defensa europea si los aliados no invierten más en preparar sus ejércitos.
La idea que sacó Feijóo de su visita a La Moncloa es que el jefe del Ejecutivo no tiene ningún plan para afrontar el escenario planteado por la pinza Trump-Putin, que más allá de desatar una carrera armamentística pretende ponerle las cosas difíciles a la Unión Europea como un actor geopolítico en el que prima la defensa de la democracia, de los derechos humanos y el desarrollo del Estado de bienestar. Y lleva razón Feijóo, porque Pedro Sánchez no tiene un plan. Como tampoco lo tienen otros países, porque el cambio ha sido tan vertiginoso que no se pueden dar respuestas inmediatas sin una profunda reflexión dado que el previsible aumento del gasto en Defensa tiene unas consecuencias en la política interna de cada país que obliga a una pedagogía de la que deben salir acuerdos entre distintas fuerzas políticas, en especial entre las que representan la centralidad de un país.
Cuando se creía que la fuerza militar europea se correspondía con la potencia económica de la Unión Europea los estudios militares a los que antes se prestaba una atención menor resulta que evidencian que a los países europeos lo primero que le faltan son soldados, que sus sistemas de armas sin llegar a ser incompatibles no se entienden, que se han duplicado inversiones en algunos de ellos y faltan otros, como las inversiones en satélites militares, y sobre todos que no existe un mando único ni una coordinación estratégica, que depende de la OTAN lo que quiere decir de Estados Unidos. Ante esta situación, iniciativas como el Eurocuerpo para un despliegue rápido de fuerzas si fuera preciso no deja de ser un paso minúsculo de la defensa común. Es decir, que además de cómo se va a financiar el incremento del gasto sería preciso ponerse de acuerdo sobre otros muchos aspectos operativos por si al oso ruso le da por extender sus garras a países limítrofes y más pequeños, sin la capacidad de resistencia que demostró Ucrania.
El plan de Sánchez respecto a la defensa europea se detalla en muy pocas líneas: apoyo a Ucrania, aceptar ser solidarios con otros países e incrementar el gasto en defensa hasta el 2% antes de 2029, que esos fondos no impliquen una disminución de la inversión en servicios sociales -una cuadratura del círculo, por sí misma imposible-; evitar el envío de tropas española a una fuerza militar de interposición en Ucrania en el caso de que Rusia aceptase algún tipo de alto el fuego, y evitar en la medida de lo posible debates en el Congreso, que demostrarían su debilidad parlamentaria, lo que hurta un debate lo suficientemente trascendente como para sustituirlo por otro tipo de comparecencias. Y aquí se equivoca Sánchez, porque también impide que se conozcan cuáles son los planes de Feijóo, que se muestra de acuerdo con los conservadores europeos para elevar el gasto al 3%, y pueda explicar si se compromete a no tocar el gasto social, o donde recortaría.