Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Personas

27/02/2025

El debate sobre la anulación de la deuda autonómica me provoca una profunda melancolía. Por un lado, siento tristeza al ver cómo todos los españoles de esta generación nos hemos convertido en la coartada de los independentistas catalanes, algo que hacía tiempo que no padecíamos. Se trata de un sentimiento de inferioridad, de ser objeto de un uso abusivo por parte de quienes nos ven únicamente como la parte contratante de la parte contratante de Groucho Marx, utilizados para satisfacer las insaciables exigencias de los segregacionistas.

Por otro lado, me produce cierta lástima comprobar cómo pueden hacerse condonaciones incondicionales, sin más requisito que el de sostener un gobierno, sin importar en qué se gasta ni cómo se gasta. Es ocioso recordar que esta quita se financia con el dinero de todos los españoles. Y de todos no solo en términos regionales, sino también en términos de clase social, incluyendo a quienes menos tienen y a quienes mejor les vendría que la quita se les aplicara a ellos.

Pero lo que más me entristece es que siempre se habla de financiar administraciones y nunca de financiar a los contribuyentes, que, al fin y al cabo, son personas, familias y empresas. Durante estos años de hiperinflación, el gobierno se ha negado a deflactar el IRPF y ha privado a la ciudadanía de cualquier reforma tributaria que aliviara la onerosa carga impositiva. Si ya de por sí se paga demasiado, la inflación ha hecho que se pague aún más, aumentando la presión fiscal sobre los precios.

Es como si de repente se hubieran olvidado de nosotros y solo importaran ellos. Como si el Gobierno no estuviera al servicio de los ciudadanos, sino los ciudadanos al servicio del Gobierno. Y esa es la inmensa pena que da ver a tantos jóvenes con pocas oportunidades, sacando adelante sus trabajos sin que el IRPF, el IVA, la base de cotización, el impuesto de circulación, el IBI, las tasas o los precios públicos les den un respiro. Ni una rebaja. Ni un gesto.

Se ha deshumanizado el debate. Falta visión de futuro para quienes realmente tendrán que pagar esta fiesta: nuestros hijos y nietos, a quienes nadie consulta sobre ninguna quita. Voy a buscar esta medida en los programas electorales y, cuando no la encuentre, añadiré más madera a la melancolía.