Sergio Perela

Gabinete del Dr. Freeman

Sergio Perela


Todos los autobuses paran en Vía Roma

15/11/2024

Aquello de que todos los caminos llevan a Roma siempre se ha interpretado como que no hay una sola vía para hacer las cosas. Aprovechando, claro, ese afán de las calzadas romanas de mirar hacia su ciudad como todos los rezos islámicos a La Meca. En nuestra ciudad hoy, el dicho se ha convertido en que todos los caminos llevan a la Vía Roma. Al menos los de todos los autobuses que dejan y recogen viajeros. Porque la zona alta de esta vía absolutamente básica para el tráfico de la capital se ha convertido en un apeadero. Mejor dicho, en una estación de autobuses porque tiene más tránsito que la susodicha (¿o sería inexistente?)

Y no es que eso moleste de por sí, porque que fueran parando recurrentemente ciertos autobuses tomándose el tiempo justo de dejar o cargar, pues aún sería soportable. Dejando a un lado que es un tráfico pesado en una zona adoquinada con el desgaste que comporta. Pero es que la estampa habitual de un día cualquiera en la zona es encontrarse no menos de tres vehículos, muchas veces manteniendo el motor en marcha durante prolongados espacios de tiempo. Lo que tarda un grupo de estudiantes en llegar a la cita o un grupo de turistas en enterarse de cuál es su autobús. Y mientras, el viandante traga metano. Y lo traga bien, porque resulta que cuando descargan, los que bajan lo hacen con el despiste propio de quien no sabe dónde está y se planta de repente ante el Acueducto. Ocupan toda la acera, parados o con esa lentitud propia del que dispone de su tiempo, haciendo imposible el tránsito normal. Eso cuando no se dificulta también el rodado porque aparecen más vehículos de los normales y, como no pueden hacerse a un lado, descargan en la propia vía sin pudor alguno.  No hace mucho que el arriba firmante buscaba un hueco para pasar por allí y, teniendo que aproximarse a la puerta de un autobús, se encontró con que el conductor decidió abrir la puerta en ese momento para encima terminar espetando ante mi recriminación uno de esos famosos 'a ti qué te pasa'. Porque aquello es suyo. Está por ver cuándo se pasa la policía local por la zona, por lo que sea.

No es la estampa que mayor favor le hace al Acueducto. Aunque tampoco lo era poner parrillas a los pies del mismo y se hizo sin mucho pudor. Y quizá tampoco es ese el turismo que necesita esta ciudad. Autobuses de gente despistada que se baja, tira treinta fotos con el móvil, se hace el eje Acueducto-Catedral-Alcázar sin pararse demasiado en nada más y a comer. Barriga llena, autobús de vuelta caliente y lo mismo han estado en Segovia que podían haberse ido a Toledo o a cualquier otro lugar. Lo entendería uno si a esta ciudad le hiciera falta promocionarse tanto para atraer visitantes, pero no es el caso. Segovia tiene lo que tiene, que es mucho, y ahí estará si sabemos cuidarlo los de casa; porque al padre que viene de Madrid y le dice a su hija de cinco años que el Acueducto lo hicieron los prehistóricos igual le va a dar si cuando la niña tenga quince el monumento está o no.

Lo de los autobuses es sólo un detalle. Importante, si se piensa que la vida la hacen precisamente los detalles. Cuando uno permite que en el salón de su casa cualquier visitante, calzado y pingando de barro, ponga las piernas sobre la mesita de centro; cuando quiera impedírselo a sus hijos no podrá. Si no somos nosotros los que, con una normativa y una regulación lógica, respetamos lo que tenemos, no lo va a hacer el turista. Una cosa es recibir con los brazos abiertos al visitante y otra con genuflexiones. Que bastante tristeza le da a uno pasear por la Calle Real una tarde cualquiera de fin de semana rodeado de gentes sin interés alguno en la figura de Juan Bravo, en la antigua cárcel de la Casa de la Lectura o la Casa de los Picos; pero empeñados hasta la médula en comerse un helado de franquicia en enero, turrón o unas garrapiñadas sin saber lo que es un ponche segoviano o comprar patitos de goma o cualquier fruslería de supuesto corcho que igual se puede adquirir aquí que en Alcobendas. Una Segovia que, de tanto recibir, se olvide de quién es. De quién vota.