Trump está diseñando el mapa del mundo a conveniencia. Promueve un intento de acuerdo con Putin y Zelenski al margen de la UE aunque cambia el futuro de Europa, y toma decisiones sobre la OTAN al margen de Mark Rutte. Así las cosas, la prioridad del ministro español de Asuntos Exteriores es negociar con en la Eurocámara que el catalán sea reconocido como lengua oficial en la UE y, al encontrar obstáculos, se dedica ahora a ver la manera de que el catalán sea lengua con trato de favor en los colegios europeos. Por no mencionar que el peculiar ministro dedica parte de su precioso tiempo a colocar personas afines en el ministerio y en embajadas, mientras manda al pasillo a algunos de los mejores profesionales de la diplomacia. Por caridad, no mencionaremos video en el que Albares explica las características del informe diplomático, sus símbolos y cuándo y dónde se deben colocar medallas, bandas y condecoraciones.
Todo esto mientras Trump está tomando decisiones que afectan a dos importantes instituciones a las que pertenece España, la Unión Europea y la OTAN. No solo el presidente español queda descolocado al comprobarse que los dos organismos se están viendo sacudidos por el vendaval Trump que, sin encomendarse a dios ni al diablo impone sus criterios, diseña un acuerdo de paz con Putin que afecta a las fronteras ucranianas, por tanto, europeas, y trata de imponer decisiones relacionadas con la seguridad y la defensa de Europa y del mundo -cualquier acuerdo con Putin tiene repercusiones mundiales – sin más criterio que el del presidente americano.
Que defiende sus intereses, incluso los empresariales -reconstrucción de Gaza, reconstrucción de Ucrania- sin que aparezca una figura, o una organización, con agallas para pararle los pies.
Es evidente que Pedro Sánchez no tiene capacidad para ser esa figura, pero es preocupante, por no decir humillante, verle dedicado a entrar en la pequeña política casera y familiar, con jueces, fiscales y periodistas como los grandes objetivos a abatir, y sin imponer su autoritas en un Consejo de Ministros que en vez de resolver problemas acuciantes se ha convertido en una pelea de gallos que provoca vergüenza ajena.
Es el momento de plantar cara a un personaje de escaso talante democrático, con mañas inaceptables, pero que ha logrado ganar elecciones, probablemente porque ha sabido percibir que a un porcentaje alto de la sociedad estadounidense no le gusta el mundo que se está conformando.
Es la hora de la gran política. Y, también, por desgracia, la hora de no infravalorar la capacidad de Trump para dar la vuelta al tablero político, social, tecnológico y económico. No están las cosas para presumir de animadversión hacia el nuevo presidente de Estados Unidos y, mucho menos, es la hora de la política pequeña e irrelevante. La que está fomentando un Sánchez que presume de estadista pero pone todo su empeño en callar bocas que le incomodan, y en bailar al son que le marca quien le sostiene, desde Waterloo, en el gobierno.