Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Twisters

14/02/2025

No alcanzo a comprender por qué nos sorprendemos ante la fuerza de la naturaleza, ya que cuando se despliega, su capacidad es arrolladora. Nos cuesta asimilar con naturalidad su extraordinario poderío. Ya sea un volcán, tornado, huracán, tsunami o riada, la realidad es que cuando llega, más nos vale no estar cerca. Cuanto más pobre es el país, mayor es el número de muertos. Según la prosperidad del país afectado, la recuperación será rápida o lenta.

En el tercer mundo estas fatalidades son comunes y no siempre es debido a la magnitud del evento. Unas lluvias torrenciales dejan imágenes impactantes en Japón, pero las víctimas son residuales, mientras que en los países vecinos las cifras asustan.

Es inevitable que reconozcamos nuestra vulnerabilidad ante tamaño despliegue y la fatalidad de lo inesperado. Esta fragilidad nos recuerda por qué los seres humanos somos seres sociales y tendemos a agruparnos. Nos unimos para protegernos del exterior, por seguridad, para impulsar actos que individualmente serían imposibles o demasiados costos, etcétera. Puede que nos resulte extraño, pero esta necesidad protectora es la que ha creado lazos solidarios históricos e impulsado elementos identitarios.

No significa que seamos insensibles al dolor lejano, sino que nos volcamos hacia lo cercano porque sentimos que podríamos haber sido nosotros. En Occidente, los gobernantes democráticos son incapaces de explicar por qué el equilibrio financiero y la ausencia de deuda son sinónimos de fortaleza colectiva. Básicamente, porque es cuestión de tiempo que como sociedad necesitemos al Estado como último recurso. Su solidez garantiza seguridad interna, independencia soberana, vías de comunicaciones razonablemente eficientes y baratas, una justicia efectiva y una libertad para el desarrollo individual. En las dictaduras, autocracias o los países pobres se detectan con rapidez porque carecen de alguno.

Cualquier analista nos dirá que en el siglo XXI viviremos un cambio de protagonistas mundiales. Parte de ese relevo estará motivado por los cambios poblaciones que nos han transformado en pigmeos. Pero el segundo elemento más inquietante es nuestra debilidad financiera. Un país con una deuda cercana o superior al 100% de su P.I.B. está incapacitado para asumir cualquier liderazgo exterior y verá cómo languidece aplastado por la deuda. Me gustaría pensar que es una especulación intelectual absurda, pero la historia está llena de múltiples ejemplos.

Los rentistas no crean riqueza, sino que viven del talento de las generaciones anteriores. Llevamos décadas preocupándonos en distribuir y no en crear. Ir hacia abajo es una experiencia dolorosa.