La solemnidad de Todos los Santos y la festividad de los Fieles Difuntos traen estos días a los cementerios a miles de personas que honran a sus seres queridos. La paz y la quietud de estos recintos se ve interrumpida durante horas y los colores ocres y grises de nichos, laudes y panteones se ven salpicados por los de las plantas y flores que avivan el recuerdo de las familias hacia sus difuntos. Hay quien dice que en estos días los cementerios cobran vida, dando así por sentado que el resto del año carecen de vitalidad; afirmación motivada por el inequívoco hecho de que este espacio alberga a aquellos que dejaron de existir.
Craso error. Los cementerios son lugares donde la vida no se interrumpe, sino que cobra otra dimensión que abre espacios para la reflexión y para la historia de una sociedad que siempre ha buscado la trascendencia a la hora de despedir a sus seres queridos. No es mi intención ofrecer ninguna disquisición filosófica o religiosa sobre este aspecto, pero si es la de expresar mi particular admiración por los camposantos, que no tiene connotaciones relacionadas con perversión alguna. Siempre he tenido atracción por el Cementerio de Segovia como un buen lugar para hacer un alto en el camino y pasear por sus galerías. En las inscripciones de las lápidas a veces se encuentran pequeñas historias que evocan tiempos pasados, y en la majestuosidad de algunos panteones pueden verse verdaderas obras de arte cuya calidad no pasa desapercibida; pero sobre todo, lo que me llama poderosamente la atención es la sensación de respeto que imbuye a quien cruza sus puertas, como un lugar en el que no sólo se conservan los restos mortales, sino los recuerdos, las vivencias – llámenlo alma, si lo prefieren- de quienes un día formaron parte de nuestras vidas.
A esta sensación contribuye en gran medida el lugar en el que en 1821 el obispo Isidro Pérez eligió para su construcción, entonces alejada de la ciudad y que hoy se enmarca en una de las zonas verdes más frecuentadas de la ciudad, lo que de alguna manera sociabiliza la necesaria convivencia entre la vida y la muerte
El signo de los tiempos también deja huella en la evolución de la necrópolis, que ahora abre espacios como los columbarios donde se albergan las cenizas de aquellos que optan por la cremación como alternativa a la inhumación, Así, las galerías del cementerio dejan sitio a estos lugares y ofrecen un nuevo capítulo a la historia del cementerio segoviano.
Desde hace algunos años, los factores sociales, históricos y culturales inherentes al cementerio pueden disfrutarse en iniciativas como 'Tiempo de ánimas', donde de la mano de expertos como Mercedes Sanz de Andrés los ciudadanos podemos valorar sin complejos toda la oferta que esconde el camposanto segoviano, lo que supone dotarles de un valor añadido que conviene reconocer.
Otra cuestión tiene que ver con el estado general de las instalaciones, donde es de rigor reconocer las inversiones realizadas en los últimos años para expimir la capacidad del recinto y mejorar algunas de sus infraestructuras. Pese a este esfuerzo, sigue habiendo muchas carencias que hacen poco accesible el centro en algunas zona e incluso amenazan la propia integridad del recinto.
Ahora que tanto se habla de planes integrales, parece oportuno incluir en la agenda municipal alguno de ellos referido al cementerio, no sólo por su valor como servicio público, sino como parte de la historia de la ciudad. Quizá una posible ampliación de las instalaciones más orientada a las nuevas demandas sociales, o la redefinición del espacio ya existente, conseguiría dar respuesta a su faceta de servicio público, pero sin olvidar el inmenso valor patrimonial que atesora el cementerio y que no conviene dejar a un lado. Nuestra historia es también la de aquellos que dejaron huella, y merece ser tan respetada como conocida.