Cuando se publica este artículo ya es Viernes de Dolores. Es el día que empieza la semana más intensa para los cofrades. En Segovia también. En mi época de niñez los aromas de la Semana Santa se limitaban al Domingo de Ramos con la procesión de la Borriquilla y la jornada del Viernes Santo. Afortunadamente nuestra semana de pasión ha crecido, y desde vísperas ya se pueden ver procesiones en la calle la ciudad. En las semanas anteriores, desde que se pasa el Miércoles de Ceniza, el calendario cofrade se aprieta con un sinfín de Vía Crucis, certámenes, exposiciones, conferencias, pregones y actos litúrgicos que terminan en besamanos o buscapiés. Los más semanasanteros tienen donde elegir.
Detrás de toda esta programación existe una emoción intensa de cofrades y vecinos que se alimentan de ella para seguir adelante. La Semana Santa es fundamentalmente emoción. A ella apelamos cuando nos estremecemos con el tronar de los tambores, el sonido de una marcha, el olor del incienso, y el paso de las imágenes decoradas de la mejor forma posible. Si a eso le unes un paso llevado a hombros o a costal por sus cofrades, la emoción de multiplica.
Lo palpo cada Jueves Santo debajo del trono del Cristo del Mercado, que tengo el honor de portar desde su primera salida procesional en Semana Santa a hombros en el año 2012. Un momento muy intenso llega cuando el paso enfila la calle José Zorrilla para abandonar su barrio. Cargando el varal observo rostros de caras conocidas, de personas que no sé su nombre, pero que conozco de vista desde niño. Esos rostros ahora envejecidos, son personas mayores que ya no pueden acompañar el paso hasta el centro como acostumbraban antaño. Sus caras muestran la emoción, con ojos vidriosos, incluso alguna lágrima se asoma en la mejilla.Otra emoción que percibo es la de personas asombradas ante el paso del crucificado y los capuchones. Se aprecia especialmente en los extranjeros y los niños, que presencian el cortejo sobrecogidos por la "perfomance" que representa la pasión y muerte de Jesucristo. Es una representación con siglos de tradición, pensada para que el espectador quede atrapado en una atmósfera única, y que debe gran parte de su éxito en una sociedad moderna al grado de emoción que logra generar.
Los más cofrades cuando son preguntados casi siempre apelan a los que ya no están. Ese familiar que en estos días se echa en falta. Esa promesa que cumplir por tal o cual favor que queda en la intimidad de su cabeza.
En tiempos de la inteligencia artificial, siguen funcionando nuestros instintos más primarios de la emoción. Lo saben bien los expertos en marketing que apelan a ella para convencernos o vincularse a los clientes. También los partidos políticos, que cuando la cosa se pone fea siempre tienen un tema que despierta las emociones en su parroquia. Puede ser ETA, Gibraltar, Franco o el No a la Guerra. Cada uno sabe que tecla activa a los suyos de inmediato, y los afines dejan de pensar con la cabeza, para empezar a pensar con el corazón, o el estómago que es donde realmente se concentran las emociones.
Pero para llegar a esto hay mucho trabajo. Lo saben bien las directivas de las cofradías que se juegan en siete días el trabajo de todo un año. Un esfuerzo intenso que comienza con las reuniones, con sus discusiones y consensos. Y posteriormente desarrollar lo que se ha planificado, con sus dificultades, contratiempos y limitaciones, la mayoría de las veces económicas y logísticas. Aplaudo la capacidad de trabajo de las gentes de las cofradías. En un tiempo donde se dice que no hay compromiso y nadie trabaja gratis, llega el mundo cofrade a dar un ejemplo. De niños a mayores, cada uno en su lugar. No olvido a todos los que dedican su tiempo libre a ensayar en una banda de música o con una cuadrilla de cargadores o costaleros. Los que se pasan horas limpiando los enseres y montando los pasos. Y lo que es peor, recogiéndolos cuando todo ha pasado. Y muchas veces con el riesgo de que una borrasca de esas que ahora ponen nombre en el telediario, te arruine toda la ilusión y el esfuerzo.
Y como he dicho, con muy pocos recursos. Pocos mundos más eficientes como el cofrade en Segovia. Con muy poco presupuesto son capaces de montar el tinglado. Para las instituciones públicas son un chollo. Por cuatro duros te montan una semana de eventos. Con lo que cuesta un mercado romano o medieval de turno, te salen diez Semana Santas. Y encima sin dedicar el personal de la concejalía a montar el sarao.
Solo deseo que el tiempo meteorológico permita que se puedan celebrar los actos programados pues es el premio de los cofrades a su esfuerzo. Y que cuando vean la procesión desde el bordillo, valoren que detrás de todo el montaje que nos permite emocionarnos, hay muchísimo trabajo.