Fríos de un final invernal azotan a la civilización occidental, como entre ayunos de cuaresma, esperando su resurrección, la primavera. Se acerca la recaudación gubernamental que amenaza incluso a quienes padecen la renta mínima, con la que apenas se puede sobrevivir. En la época del dictador, Franco, con un solo sueldo obrero de un progenitor podía vivir la familia, cuidar de los hijos y adquirir una casa en propiedad. Eso parece ahora un sueño del Estado de Bienestar, ya pasado, que poco a poco se nos disuelve ante los ojos. Su realidad propició una paz social como no se veía durante siglos, pues evitó las feroces luchas de clases que desembocaban en revoluciones.
Mucho se discute en otros países europeos sobre la situación que mira hacia el extremo oriental, Rusia. En Italia, varias voces de diferentes partidos se oponen a aumentar el presupuesto para prepararnos ante la guerra. Las armas hay que renovarlas continuamente, porque la tecnología avanza y la carrera hacia la muerte es frenética: habrá que subir los impuestos. Muchos estamos asombrados de que no haya apenas réplica hispánica ante la jefatura de la Unión Europea: hay que armarse, como si los rusos fueran a invadir Alemania o Polonia.
El relato del conflicto ucraniano solo nos ha llegado con el testimonio de apenas un lado, no el de los rusos que decían ser su tierra oprimida, habitada y hablada por rusos... Europa y EEUU han gastado fortunas monstruosas en esa guerra que parece ya perdida hace tiempo y amenaza la paz mundial con posible hecatombe atómica: el Apocalipsis llamando a la puerta, triste final de la humanidad. El presidente norteamericano ha dado pasos firmes para forzar la paz; el orgulloso ucraniano, Zelenski, disputó bochornosamente con Trump, dirigente del país que hasta ahora más le apoyó.
Nuestras carreteras se llenan de baches, la sanidad se deshace, exiguos son los fondos para la investigación científica o tecnológica, cada año aumenta la pobreza general en nuestra patria y ahora, después del monstruoso aumento de precios por aquella guerra, después de la crisis y la pandemia, en vez de favorecer la paz, quieren armarnos hasta los dientes.
Los europeos no quieren sufrir nuevas guerras, ¿podemos fiarnos de nuestros dirigentes? Quizás la guerra haya que hacerla contra ellos, los políticos, nuestros supuestos representantes, para que cumplan con la voluntad de los pueblos, mejor que tejer desde Bruselas estrategias generales que favorecen a grandes empresas y a la mayoría nos deja abandonados.
Tal vez tengan razón en una posible amenaza rusa, que muy improbablemente podría invadir Francia o España... El juego del conflicto es muy arriesgado. Continuamente nos fuerzan con leyes, coartando nuestras libertades, por «nuestra seguridad», pero nada hay más inseguro hoy que un conflicto militar mundial. Las alianzas entre bloques podrían ser funestas, como en la I Gran Guerra: fatal.