Las radios francesas no esconden las noticias, como sucede a menudo con nuestras «prudentes» emisoras. Atravesando con alegría las bellezas de Provenza discuten y hablan del grave problema europeo, similar al que a Trump dio nuevos y temibles alientos.
El caso de un islamista argelino, inmigrante, que asesinó gritando que «Dios es grande» no es novedoso. Por desgracia, resulta ya casi una triste, horrenda costumbre en las tierras que durante generaciones muchos forjaron con dolorosas revoluciones para lograr las libertades que hoy todavía gozamos. Entre los entrevistados, muchos decían irritados que tales personas no deberían permanecer en Francia, tenían que haberse expulsado presto a los países de los que partieron.
Las radios italianas no esconden las noticias como sucede con las nuestras. Mientras las ruedas de mi automóvil cruzan veloces sus hermosas tierras, hablan de la victoria «nazi» en las elecciones germánicas, de su gran crecimiento. Cuando llamaban a las urnas, un inmigrante sirio acogido apuñaló, por motivos religiosos, a un español que paseaba por el monumento al Holocausto Judío en Berlín, pues quería marcar el símbolo con su odio supuestamente sagrado.
Las radios españolas tienden a ocultar la procedencia de quien atenta contra las vidas inocentes y ajenas a las teológicas querellas. Se pretende evitar que surjan injustas olas de venganzas xenófobas, temen que la verdad aliente a la extrema derecha, pero crece la verdad, siniestra, y es que en Europa hemos acogido a miles de fanáticos musulmanes y es sobre todo la izquierda (sin excluir su moderada diestra) quien acogió con brazos abiertos a los asesinos de nuestra civilización, un mundo que odian, mientras crecen los guetos como en La Junquera o en otras poblaciones catalanas y las mezquitas donde gritan sermones de odio contra nosotros: los españoles, los occidentales, como gentes a exterminar, corruptos, feministas, homosexuales, liberales y no creyentes en el testimonio de Mahoma. De vez en cuando una detención, incluso en Rumanía, una expulsión simbólica, pero siguen llegando y son recibidos con los brazos abiertos, con besos y buenos acomodos, sin filtrar quién requiere ayuda humanitaria, quiénes pueden convivir con nosotros en paz y trabajar juntos por un mundo nuevo, y quiénes son enemigos infiltrados. El ingenuo buenismo migratorio está alentando el extremismo xenófobo, porque luego hay consecuencias indeseadas para todos.
Es necesario distinguir entre la inmigración benigna y la maligna, que cual creciente, horrendo tumor, se instala en nuestras sociedades. Quemar o condenar todo sin diferenciarlo es cometer severas injusticias, pues muchos inmigrantes son personas necesitadas y buenas que vienen a trabajar con nosotros. Pero policía, prensa o radio callan con timidez culpable decenas de intentos de atentar contra vidas inocentes, que los lobos solitarios, feroces como demonios, intentan en muchos países cada año. Solo cuando la sangre mancha nuestras calles hablan, demasiadas veces callando la procedencia. Miedo, cobardía, ineptitud política.