Puede que algún despistado se arrepienta de carecer del espíritu emprendedor de Walter White en Breaking Bad y vea con cariño las buenas intenciones de Jesse Pinkman; pero la triste realidad es que temporada tras temporada la degeneración moral es inexorable. En la vida cuando se abren ciertas puertas el final es siempre el mismo.
Vivimos una época donde el materialismo existencial nos impide percibir que hay cosas que simplemente están mal. Esta falla moral hace que solo seamos capaces de apreciar la inmoralidad de un acto cuando la cantidad de infractores nos confirma su impacto.
En Occidente es difícil encontrarse a un político que reconozca sus límites intelectuales o su capacidad de gestión, aunque haya limitaciones en la naturaleza humana y una sociedad es por principio compleja. Los comunistas soviéticos y chinos descubrieron amargamente que las variables escapaban a su control. Eso se llama libertad.
La economía privada no es la victoria de la codicia, sino la aceptación de que la libre elección asigna mejor los recursos. La anarquía no es un estado social duradero, porque los individuos necesitan referentes y odian los vacíos de poder; los ejemplos históricos son demasiado numerosos como para dudarlo.
No hay una respuesta sencilla contra el narcotráfico. Es obvio que la clave es la demanda, pero nos encontramos en un terreno donde deberíamos ser realistas. Hasta la fecha nos sentíamos cómodos viendo cómo la tragedia humana y el daño institucional se cebaba en los países productores. Mucho me temo que Occidente empieza a sufrir el golpe en casa, ya que hemos diluido nuestro acervo moral y nuestro radical individualismo moderno nos ha transformado en múltiples Jesse Pinkman.
A corto plazo no es razonable pensar que podemos hacer algo para reducir la demanda. Lo cual contradice la idea de que su despenalización reducirá el precio y establecer una nueva línea roja donde el Estado deba actuar contundentemente. El coste social de los futuros drogadictos se ignora.
La experiencia holandesa no ha sido muy satisfactoria. Los criminales existen pese a la evidente permisividad policial; tal vez, les afecte que fuera del país de los tulipanes sigue siendo un negocio lucrativo. Da la sensación que una organización criminal seria no descarta otras vías de ingreso (véase, prostitución, inmigración ilegal, extorsión). Me temo que la legalización no solucionará nada hasta que no aceptemos que en una sociedad abierta hay gente que opta por vivir del delito.