Se recuerda por estas fechas la trágica pandemia del coronavirus iniciada en 2020. A mí me halló en Italia. Escapé por Polonia para volver a una España idiotizada, huyendo al campo espantado del encierro al que el Gobierno hispánico nos sometió, tiránico.
Según ha declarado oficialmente la CIA desde EEUU probablemente surgió de un laboratorio. El virus chino, escapado de Wuhan, fue el precedente de nuevos tipos de control y dominio que en nombre de la seguridad o nuestra salud -como bien anticipó Foucault- se impusieron a todos. Wuhan solo permitió abrir tiendas de alimentación o farmacias. Pronto fue imposible salir de los domicilios y en ciertas zonas solo podía ir en busca de nutrientes uno de la familia, cada dos días. En otras, ni eso. Mensajeros oficiales llevaban lo indispensable. Hubo muertos por quedar desasistidos. Más de dos meses y apartamentos e incluso barrios precintados. Llegó a Europa y se impusieron drásticas medidas, muy diferentes según los países afectados. El modelo de nuestro Gobierno nacional-socialista (vasco-catalanista) fue la represión, más suave en el Reino Unido o Alemania, libérrimo en Suecia, donde se basaron en la responsabilidad de la población con recomendaciones, evitando prohibiciones. Colegios, bares, restaurantes o centros comerciales siguieron allí abiertos. Sufrieron más víctimas que en los países de su entorno, pero pudieron elegir su destino.
Nuestro Tribunal Constitucional declaró que había sido ilegal impedir el libre movimiento con el segundo estado de alarma, aunque las doctrinas jurídicas se enmarañan, contradictoriamente. Las leyes son quimeras que nos atenazan. Nos robaron la libertad durante meses y el secuestro general no tuvo consecuencias para quienes lo ejercieron. Los escándalos de las mascarillas, que al principio se declaraban inútiles, luego obligatorias, unido a quienes ganaron especulando con ellas, demostraron la gravísima ineficacia de nuestros dirigentes. Haber mantenido la convocatoria de manifestaciones masivas el día de la mujer, partidos o mítines fue, en cambio, temerario y miles de muertos ya no pueden contarlo.
Señalan los expertos que es fácil que surja una nueva pandemia, tal vez por la gripe aviar.
Otras moralejas de la historia parecen quedar más lejos y haberse olvidado, como la del general suicidio que se produce por culpa de muchas guerras, que comienzan pensando que terminarán en rápida victoria y luego... ¿Olvidamos las lecciones de la última Guerra Mundial? Como sucede en tantos otros conflictos, la bravuconería bélica causó la devastación europea con millones de muertos y atrocidades inmensas; todos perdieron. Fue declinando la hegemonía europea en el planeta y poco a poco la disolución de los imperios coloniales franceses, ingleses... La paz es un bien que, milagrosamente, hemos vivido durante casi un siglo y no podemos arruinarla ni arruinarnos por mucho que políticos gallitos, como el presidente francés y otras testas europeas, quieran encendernos contra Rusia.
Nuevas pandemias y guerras mundiales nos amenazan, ¿hemos aprendido?