Los medios de comunicación, tan aficionados a los aniversarios y efemérides, han dedicado minutos de radio y televisión y páginas de periódicos a recordar que hace cinco años, el 14 de marzo de 2020, el mundo se congelaba merced a un virus desconocido hasta entonces que venía desde China, cuyo poder de contagio y virulencia obligó a declarar una pandemia mundial que doblegó el estado de bienestar del primer mundo y agravó aún más si cabe las penurias de los países menos favorecidos.
El coronavirus – o el Covid 19, que para el caso tanto da- nos llevó a meternos en casa y cerrar las puertas por mor del decreto de Estado de Alarma del Gobierno que inicialmente iba a ser para un par de semanas y que se prolongó durante más de 100 días, hasta que en el mes de junio las circunstancias sanitarias permitieron volver a un estado que se definió como de "nueva normalidad".
Fueron casi tres meses en los que la ciudadanía tuvo que reinventar métodos de trabajo, educación y relaciones sociales abrumados por una situación más propia de una novela de ciencia ficción distópica que hizo trizas la rutina diaria. En paralelo, los centros hospitalarios lidiaban a diario la batalla para proporcionar la mejor atención posible a los pacientes y a los profesionales sanitarios se les hacían los dedos huéspedes a la hora de atender los contagios en ocasiones con una precaria mascarilla o sin la protección adecuada.
En los hogares, los ciudadanos inventan nuevas formas de ocio para pasar las interminables horas en casa, y las videollamadas se convirtieron en el ágora virtual en el que las familias y los amigos se daban cita para darse ánimos e intentar no volver la cara a la tragedia, y a las ocho de la tarde, las ventanas y balcones se abrían para aplaudir de forma unánime a los sanitarios y profesionales que lucharon en la primera linea de fuego contra la enfermedad.
La desescalada de las medidas restrictivas impuestas por el Gobierno dirigida a la nueva normalidad" nos permitió volver a recuperar actividades como un café o una caña en la terraza de un bar, los abrazos con familiares o la posibilidad de pasear por la calle sin restricciones. En la mente de todos estaba una frase motivadora de las muchas que circularon durante ese tiempo: "Del Covid saldremos mejores".
Un lustro después, el Covid es, afortunadamente, un triste recuerdo, sobre todo para aquellas familias a las que la pandemia arrebató de forma cruel e inopinada a sus seres queridos y que no pudieron ofrecerles una digna despedida debido a las circunstancias sanitarias. Cinco años después, la pregunta es obligada: ¿salimos mejores del Covid?. Porque la pandemia ofreció ejemplos emocionantes de solidaridad y resiliencia como el del 'batallón de costura' que unió a centenares de segovianos para confeccionar mascarillas y elementos de protección con la única recompensa de ofrecer material efectivo para evitar contagios, o el del apoyo a los sanitarios, pero también otros menos edificantes como la constatación de un sistema sanitario cuya infraestructura en Segovia se reveló insuficiente a la hora de abordar una crisis de este calibre, sólo paliada en parte por el titánico esfuerzo de los profesionales que exprimieron al máximo los recursos materiales y humanos en la lucha contra la enfermedad.
La sociedad ha olvidado pronto los devastadores efectos de la pandemia, y quizá haya sido así con el fin de espantar fantasmas o pensar de forma inocente en que recordar el pasado puede volver a atraerlo. Confiemos en que las autoridades sanitarias sean las que mantengan vivo el recuerdo y pongan medios efectivos para prevenir o paliar una nueva crisis sanitaria, y mientras tanto, la ciudadanía vuelve a agarrarse a las rutinas como medio de vida, sin valorar lo que supone el abrazo de un hijo, un paseo por el campo o comprar una barra de pan en la pequeña tienda del barrio, dejando la solidaridad y la resiliencia a un lado, a la espera de no tener que volver a recurrir a ella en las mismas circunstancias. Que así sea.